Mis colecciones de niño hoy me hacen una
persona convencida que lo mejor que tuve fue mi infancia. ¿A dónde habrán ido a
parar tantas cosas? ¿Cuánto se alivianó el mundo cuando mis colecciones
desaparecieron con el rabioso celo del tiempo? ¿Por qué hoy sólo guardo pocas
cosas de esas épocas? ¿Será porque la vida, al igual que un bote a la deriva,
necesita aliviar carga?
¿Dónde irán a parar cuando sea un viejo las
tapas de gaseosas y cervezas aplastadas por el martillo de mi papá, con las que
confeccionaba collares? ¿Dónde están las miles de latas de Coca Cola que pisaba
y usaba como suelas de botas, que rechinaban como espuelas? ¿Se habrán
descompuesto? No lo creo porque todavía puedo sentirlas chillar bajos mis pies
cuando cierro los ojos y viajo al niño de ocho años que alguna vez fui. ¿Dónde
están las miles de etiquetas de cigarrillos que juntaba en la calle o las que
les ganaba a mis amigos jugando a la chanta en la plaza frente a mi casa? Esa
era la sede central del Campeonato Barrial de Chanta, deporte que consistía en
chocar una piedra contra otra. Si la chocaba era una etiqueta… si la rompía,
eran como cinco ¿Dónde están las bolitas, las de todos colores, las lecheras,
las de acero, los bolones? ¿Las habré perdido jugando a la chanta también? Las
figuritas de Basuritas 2, ese álbum tan divertido y grotesco que me enseñó a
mezclar nombres y palabras ¿Dónde estás, Basuritas 2? ¿Por qué no venís y le
enseñás a los pibitos de hoy lo que eran las figuritas coleccionables? Álbum de
figuritas del Mundial ‘90 de Italia, ¿todavía estarás encuadernado? ¿Todavía te
quejás de los rayones que les hice a las caripelas de los jugadores de Egipto y
los Emiratos?
¿Será que esas colecciones se “descoleccionaron”,
se emanciparon de mí, me abandonaron, como lo hice con ellas tras cumplir la
edad de la insuficiencia material?
Una vez coleccioné huesos de asado y los
enterré en mi patio formando el fósil de un pequeño dinosaurio, lo dejé ahí
durante meses hasta que, tras esperar por el momento justo, con un amigo, lo
desenterramos jugando a los paleontólogos.
Hoy, si algún niño hace lo mismo, los padres
tendrán un dilema que lleva a otros: ¿a qué psicólogo lo enviarán? ¿Cuánto les
costará? ¿Tendrán que ir ellos a alguna sesión? porque ella no puede faltar a
las reuniones con sus amigas y él ya pagó la canchita de fútbol para pelotear
con sus compañeros de trabajo.
Esas colecciones que nunca olvidaré nunca más
volverán. Es la muerte de una parte tuya ¿Cuántas monedas de otros países o
billetes que se dejaron de repartir tuve? ¿Cuántos “firpos” (esos pedazos de
papel que se asemejaban a los billetes del Estanciero) me gané en catequesis tirando
esa pelota hecha de medias contra las latas de leche Nido? Era el chico más
rico de la Catequesis ,
tanto que hacía préstamos, canjeaba, vendía, coimeaba… todo un lavadero de “firpos”.
¿Quién me iba a encarcelar… y por qué? ¿Por ser un niño?
Hay cosas que hice de niño y todavía están
allí, intactas. Una señal que alguna vez existió la imaginación en los niños.
Esas colecciones que nunca olvidé están colgando
de un hilo, son equilibristas sin la protección de la red. Están tan débiles
que necesité imprimirlas en estas líneas y compartirlas con quienes no tienen
colecciones, quienes nunca las tuvieron y nunca las tendrán.
Formemos la A.N .C. (Asociación de Niños que Crecieron). La
primera actividad es ir juntos a un pelotero y ver quien se larga a llorar
primero.
Hoy, las mejores colecciones que aún conservo son
los cuadernos Gloria, Rivadavia y Campeón, cuyas páginas están escritas a mano
conteniendo las historias que escribía, todas con su título, código de barras y
precio… Otra señal de que cuando uno era niño estaba permitido soñar.
Cuando miro los juguetes que sobrevivieron
después de la Guerra
del Crecimiento, encuentro a G.I. Joe, Terminator y Zed de “Locademia de
Policías”… y eran tantos más, pero la guerra fue cruel y sanguinaria… muchos se
quedaron en el campo de batalla.
También tengo dos plaquetas de concursos
literarios, uno por ganarlo, el otro por perderlo. Tengo cientos de libros, un
40% leídos, un 50% hojeados y un 10% sin haberlos tocado más que para
limpiarlos. Trato de seguir los consejos que alguna vez leí y no pasarles el
plumero por miedo a que se ofendan; me acerco y los soplo… eso les gusta mucho.
El tiempo va pasando y a veces me encuentro conmigo
mismo cuando era niño. Eso de encontrar cosas de tu niñez mientras revisás tus
pertenencias es encontrarte otra vez. Tengo recién un cuarto de siglo y ya he
perdido, encontrado, guardado, regalado miles de colecciones, me he “descoleccionado”
a mí mismo y he tratado de volverme a encontrar.
Más allá que el Día del Niño sea un momento
lindo para aquellos que son niños, es un día que festejamos todos. Es que
cuando uno se da cuenta que no es más un niño, la vida termina y uno necesita
aferrarse a la niñez, por eso nos excusamos diciendo “El niño que llevamos
dentro”. ¿Dentro de qué? ¿Dentro del bolsillo? ¿Dentro del recuerdo? ¿Del
corazón? Yo no tengo un niño dentro, el que está dentro es el adulto… yo soy
todo niño…
No por nada las personas que llegan a los 60
años comienzan a contar hacia atrás; de alguna manera u otra quieren volver a
ser niños.
Serlo tiene muchos beneficios. Un niño es
visto como el futuro, es aplaudido fervientemente en los actos escolares aunque
actúe de árbol y no se mueva en todo el acto, las amigas de las mamás les
exprimen los cachetes y los amigos de los papás les sacuden el pelo como si
fueran perros. A los niños no les gusta eso, ¡pero cuánto lo anhelan cuando ya
son adultos!
A este mes se le denominó el Mes del Niño. Cuando
uno es niño, la infancia no dura un mes, sino una eternidad… yo diría, una
eternidad y media. Cuando somos adultos, recordamos nuestra niñez y aunque saquemos
los cálculos, no nos da más que un día. Decimos esa frase tan pesada, tan
cargada de emociones y negación: “Parece que hubiera sido ayer”. Niños son toda
la vida, no un mes.
Pero aquellos niños, siendo que les han
enseñado que este es su mes, han de revisar sus pertenencias. Me dijeron que
cuando la niñez y la inocencia se van, las colecciones se van con ellas… a
menos que nieguen ser niños, entonces, ya no tendrán de qué preocuparse.
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