Hoy voy a hablar del pasado Día del Amigo. Y voy a hablar
del Amigo por Excelencia del hombre. El perro. Voy a hablar del gran número de
esos amigos del hombre, que el propio hombre traiciona. La traición de un amigo
corrompe el alma. Cuando un amigo nos traiciona, pareciera que una parte de
nosotros se destruye y nunca jamás se regenera. Bueno, el hombre no puede
quejarse mucho porque hace exactamente lo mismo con su supuesto mejor amigo.
Los perros.
¿Cómo se me ocurrió hablar de ellos? Bueno, está claro como
el agua: ellos me lo pidieron. El sábado, víspera del Día del Amigo, iba por la
Roca y al cruzar San Martín, en el mástil principal, vi que había como seis
perros vagabundos que se miraban entre ellos.
“¡Feliz día, muchachos!” Pero no me respondieron. “Che, ¿qué
onda, loco? Feliz Día”.
Pero no había caso, me ignoraron. Seguí mi camino y fui a
comprar los regalos para mis amigos. Al volver, quise intentarlo de nuevo. Me
senté al lado de ellos y charlé un cachito. Me contaron muchas cosas que me
inspiraron a hablar de ellos.
¿Los conocen no? Digo, conocen a los amigos vagabundos. Son
esos que catalogaron como el “mejor amigo del hombre”, cuando no son más que
los mejores soldados del hombre, el mejor subordinado, por no decir esclavo.
Porque claro, un amigo no te tira a la calle, no te ignora. Un amigo te
respeta, te cuida y te acepta como sos y si andás medio mal, te aconseja.
Pero no hace falta que lo aclare, ¿no? Sino fíjense. El
trato con el perro es a órdenes: salí, échate, parate, traeme, andá, vení,
subí, comé... Busca el palito, trae el palito. No meés en el piso... Y ¡pum! un
golpe. No cagués en la alfombra... Y ¡pum! un golpe. Digamos que si no les
enseñamos dónde tienen que cagar o mear, difícil que ellos lo sepan. ¿Los
amigos reales dan órdenes? Miremos por un momento a los gatos. Tratás de
ordenarles algo y no te pasan pelota. Dicen que son traicioneros, pero no,
ellos se defienden, se hacen respetar. Les pegás y de alguna manera te la
devuelven. Son más parecidos a nosotros que los perros. Ellos deberían ser los
amigos del hombre. El gato no se deja amaestrar... Bueno, los humanos somos
así. No nos gusta que nos molesten. Somos vengativos. Vos a un amigo no lo
querrías amaestrar, ¿o no? Dicen que el gato es traicionero, pero es a causa
del perro que hay una estadística anual de mordidos y muertos en manos de un
perro. ¿Cuántos casos conocen de gatos que han matado?
Por otra parte, uno al amigo posta no lo reemplaza si se
manda mocos o si de repente conocemos a otra persona que llega a ser un amigo.
Simplemente, convivimos con más amigos. Entonces, ¿por qué todavía hay quienes
reemplazan sus viejos perros por otros más jóvenes, juguetones y chiquititos?
¿Por qué no convivir con ambos? Si no, ¿dónde está el mejor amigo?
Por triste que parezca, esta pregunta se responde sola. El
hombre es un animal tan involucionado que a veces hace lo mismo con sus propios
hijos: llega uno nuevo y abandona al anterior a la buena de Dios. ¿Qué queda
entonces con los perros? Si quisieron tener un perro, un amigo, a bancársela si
les da trabajo. Ellos, al igual que los niños son hojas en blanco que hay que
ir llenando con enseñanzas, ejemplos, comandos de comportamiento, reprender
ante algo erróneo, felicitar ante algo correcto.
Quejarse que un perro es malo, que no hace caso, que es
pulgoso, que se mea en todos lados, que es revoltoso y tirarlo al patio,
regalarlo o en el peor de los casos, tirarlo por ahí, me remite a nuestra
relación con los hijos, quejarse del trabajo que nos lleva es un poco
hipócrita, ¿no? Digo, eso es algo que ya sabíamos de antemano... después de
todo, todos hemos sido hijos.
Pero bueno, si los perros son los mejores amigos del hombre,
podemos poner en práctica con nuestros hijos, lo que hacemos cuando nos cae mal
un perro que supuestamente era amigo: lo tiramos a la calle. Y cuando nuestro
hijo se convierta en papá y eso no nos guste, quizá podríamos hacer lo que
algunos hacen con las crías de sus “amigos”: llenamos un balde con agua y…
Bueno, por ahora creo que fue suficiente. Todos tuvimos,
tenemos o tendremos un perro, un “mejor amigo”, asique ahí estará nuestra
oportunidad de poner en práctica las cosas que se deben hacer y dejar de lado
las cosas que no le haríamos a un real amigo.
Cuando los dejé ahí, en el mástil, pensando en sus amigos
humanos que los dejaron en la calle, sentí que debía hacer algo.
Antes que se escondiera el sol, volví a su lugar de reunión
de A. A. (Abandonados Anónimos) y les dejé regalos para todos: huesos, un cacho
de carne, collares, una pelota, un par de
almohadones, un taper con morfi, un recipiente con agua y una foto de
una familia humana, para que se sientan acompañados. Cuando uno es lastimado
por otro, no debe olvidarse de la herida, pero tampoco debe vivir con rencor en
su corazón.
Aquel perrito que ahora mismo esté recostado sobre este
diario o aquel que lo esté leyendo mientras “Maceta” descansa en la Plaza San
Martín con su cabeza teñida de morado y su silbato en la mano, sepa que no está
todo perdido: hay muchos amigos leales por ahí todavía.
Yo recuerdo a mi amigo del alma, Toby y el sufrimiento de
haberlo perdido. Sé que ese enano de mal carácter era mi hermano, más que mi
amigo, pero nunca le falté el respeto.
Y a ustedes, muchachos, para no perder la esperanza, les
digo a todos, Feliz Día del Amigo.
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