No recorrí el país como hicieron otros.
Viví en Córdoba durante 21 años, hasta que zarpé rumbo a estas tierras sureñas.
Pero para los que no saben o no se dieron cuenta, caminar por Río Gallegos es
como recorrer todos los días el país de punta a punta. Es que Río Gallegos,
culturalmente hablando, parece ser la versión resumida de Argentina. Y aunque
los Nycs aleguen incansablemente que “Río Gallegos no era así, todo es culpa de
los del norte”, no deben olvidarse que la delincuencia está en la naturaleza
del hombre, no en una ciudad y que por lo tanto, tarde o temprano, entre los
mismos Nycs se hubieran desconocido alguna vez y se habrían aventajado entre
ellos. Es por eso que yo aseguro que todos somos argentinos desde La Quiaca hasta nuestras bases
antárticas y desde la
Cordillera de los Andes, hasta la Costa Atlántica y que este
suelo se irguió gracias a extranjeros. Digamos que hasta en eso esta ciudad es
la “Argentina resumida”: al igual que nuestro país, que recibió a todos los del
otro lado del charco, Río Gallegos, recibió a sus argentinos desde todas las
latitudes. Si no hubiera sido por esa ola de inmigración, casi el total del
porcentaje de nuestra población nacional no existiría. “Macho, soy cordobés, de
la provincia de Córdoba, pero Córdoba, República Argentina, no España o
Colombia. Argentina”.
Y en estos años que llevo aportando para
esta sociedad, observé varias cosas de la mezcla que conforma Río Gallegos. Te
puedo decir que, así, como cordobés que soy, me he cruzado con otros cordobeses
y he notado que no hemos cambiado en lo absoluto. Seguimos siendo esos tipos
escurridizos que, al igual que las cucarachas, podemos aguantar la explosión de
una bomba atómica y su radiación de mil años y salir de las ruinas sanos y
salvos. Es que los cordobeses nos adaptamos a cualquier ambiente, si vinimos
con una mano adelante y la otra atrás, en seguida inventamos un puesto de
trabajo y paramos la olla un tiempo hasta conseguir otra cosa. Hay cordobeses que
pasan más de veinte años y no renuncian a su tonada, ni a sus costumbres. Como
nos dicen en estos pagos: “Somos una plaga”.
También he conocido santiagueños. Oigan,
que a mí no me gusta caer en los estereotipos, pero este chango, estaba donando
sangre un día conmigo y luego de que todos hubiéramos terminado, la maquinita
seguía bombeando y bombeando su sangre que salía muy lentamente. Estaba ahí,
acostado en un sillón de ensueños de la sala de hemoterapia del Hospital
Regional, abriendo y cerrando la mano con una tranquilidad desesperante y
sonriendo aletargadamente. “Hasta mi sangre es santiagueña”, me dijo y lloré de
la risa, algo que rara vez nos pasa. Pero a este chango no le cuesta nada.
Llora de risa cada vez que se ríe. Es algo que muchos de los humanos ya no
sabemos hacer. “Hey, chango, enseñame a llorar de risa”.
También fui compañero en un curso de un
riojano. Es obvio que cada vez que lo escuchaba hablar, me remitía a Menem,
pero este tipo era de lo más bueno. A mi apellido lo decía así: “Ferarassi”…
Como los yanquis, no puede pronunciar la doble R. Y eso lo hace exclusivo para
mí. Les explico: el día que vaya por la calle en medio de un suburbio en El
Cairo y alguien desde atrás me grite: “¡Hey, Ferarassi!”, sabré que es él. Nos
gustaba tomar mates con yerba saborizada con hierbas serranas y siempre hablaba
sobre su pago, Vinchina, de una forma orgullosa. Nunca había conocido a un
riojano y no quiero conocerlo porque ya lo hice.
Asimismo, he asistido a muchos cursos o
capacitaciones y cada vez que nos hacen formar grupos prefiero ser observador
en vez de líder. No es por tirarme a menos, es que me divierte hacerme apuestas
a mí mismo. “Te apuesto a que el que toma el liderazgo sin que se lo den, es
porteño”. Y saben qué, siempre le atino. Arrebata las herramientas de trabajo
de las manos de los otros, se presenta primero y empieza con su exposición. “Hey,
cacho. Por si te interesa, mi nombre es Luis Ferrarassi, soy cordobés, pero no
choro… no me saqués así el fibrón”. Hace preguntas y él mismo las responde,
vuelve de todos lados, pero nunca estuvo en ninguno, son autopromotores de su
ciudad y alegan que son así porque el ritmo de vida así los hizo: “Somos medio
sindicalistas, porque estamos acostumbrados a que los patrones siempre nos quieran
aventajar. Luchamos por lo que nos corresponde”. En Baires (como les gusta
decir) son uno más que lucha día a día, en Gallegos son como Robin Hood. Y ante
esto debo ejemplificar aquella vez que, estando en la facultad de Comunicación
Social en Córdoba, el presidente del Centro de Estudiantes era, por razones
obvias, un porteño y me atendió en persona cuando fui a comprar un libro. A las
tres de la tarde me lo vendió y a las tres y cuarto encabezaba una
manifestación en Colón y General Paz apoyando a los hospitalarios. “Este va a
llegar lejos”, me dije. Pero lo que tienen los porteños de bueno es que, a
pesar de ser avasallantes y quizá, algunos, creer que la República termine en la General Paz , son tipos
necesarios en los grupos porque ponen todo en orden. Organizan. Un grupo sin un
porteño es como un barco sin capitán.
“Queresquevayamosamicasaatomarunosmates”,
dijo y enseguida noté que era misionero. Es que cuando fui a la universidad,
formamos un grupo de cinco: una santacruceña, una jujeña, un misionero y dos
cordobeses. Era un desastre el grupo. Entre los cinco, no hacíamos uno. Nos
faltaba un porteño. Pero el misionero este parecía que había perdido la barra
espaciadora. El flaco se pegaba unos discursos y nosotros no entendíamos nada. Siempre
teníamos que pedirle que repitiera. O que respirara. Es por eso que pensaba en
ofrecerle el puesto de vocero del grupo y así, zafar de los orales. Pero después
abandoné la facu y no supe más de él. Ya lo veo allá, en su provincia, siendo
guía turístico en las Cataratas en un tour completo que dura cinco minutos.
Simplificando: los argentinos
sobresalimos en donde sea que estemos. Seamos de donde seamos, siempre seremos
los sudacas, los ladri, los que comen choris, chupan yuyos a través de una
bombilla y no salen campeones en un mundial por falta de compañerismo de sus
jugadores. Somos el país de las oportunidades: te hacemos famoso con sólo mostrar
la retaguardia y decir cosas como “Me chamo Luichito”. Si no salís en tele, sos
un dormido.
Pero aunque parezca una propaganda de
Quilmes, les digo a todos que me siento argentino los 365 días del año, no
cuando la Selección
gana un partido o cuando es fecha patria. “Amigo, dale,
invitameatomarunosmatesentucasa, decime Ferarassi, se mi líder, durmamos una
siestita, pero seamos compadres, ¿qué no?”
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