Cuando yo era un borrego que cursaba los primeros años de la
secundaria y tenía pelusas dibujadas bajo el naso oficiando de moncholo,
consideraba que el amor se resumía en gustarle a una chica y que ella gustara
de mí. Y listo. Eso era el amor. Ir a buscarla a su casa temprano para ir a la
escuela y acompañarla de nuevo a la salida. Darnos un piquito a escondidas del
resto de la gente, con el corazón pataleando para saltar del pecho y salir
corriendo a los gritos. Eso era el amor. Correr hasta la casa de tu mejor amigo
y contarle, mientras tratás de contener la respiración, sobre aquel inolvidable
beso.
No hacía falta que ninguno de los dos, ni ella ni yo,
mencionara la palabra "novios". Con el simple hecho de gustarnos y
habernos dado un besito, bastaba y sobraba. No andábamos dando espectáculos a
nadie, no andábamos de la mano por todo el barrio, ella no iba a mi casa ni yo
a la de ella, el trasero no era más que eso que apoyás en el inodoro. Era amor
colegial. Amor inocente. Del más puro. Esa clase de amor pibe que no tiene un
comienzo ni un fin decretado. De un día para el otro, ya no nos dimos más
besos. No nos acompañamos más. Ninguno dijo nada al otro. Así terminan esos
amores.
Luego, cuando las hormonas comienzan a repiquetear y saltar
como pochoclo en el sartén, el amor se traslada a otro escenario. Uno en donde
sólo abunda lo físico. Donde se cree que el amor a primera vista existe. Bueno,
no. No existe. Existe la atracción física a primera vista. Para que haya amor,
se debe corresponder ese amor y primero hay miles de sentimientos que nos van
soplando al oído para que sepamos recién ahí que hay amor. Como mucho, en la
época de adolescente, se puede llegar a querer a alguien. Y como dijo el ex
novio de la hija del fletero, que vive a sopa de almejas: "Dos que se
quieren se dicen cualquier cosa". Para llegar a obtener lo que se quiere,
en esa etapa de la vida, uno es capaz de soltar la frase "Te amo",
sin siquiera detenerse a pensar lo que significa. En esa etapa, el trasero, de
algún modo, pasó a tener relación con la atracción física... pero ojo, todavía
sigue usándose para sentarse en el inodoro.
Luego, cuando uno ya está sumergido en el mundo del adulto,
del trabajo, de la explotación, de las horas extras, de la necesidad, de los
sueños no cumplidos, del tiempo que nunca alcanza, del mantenerse vivos por
nuestra propia cuenta y uno conoce a la persona con la que pasará el resto de
su vida, la palabra amor, adquiere otra importancia. Se mencionan las típicas
frases: "Te amo con locura", "Te amo con toda el alma",
"Te amo incondicionalmente". Pero esas son todas mentiras descaradas
que pronto descubrirás.
Los que han escalado peldaño por peldaño, viviendo cada
etapa, disfrutándola, sacándole todo el jugo, pronto manifiestan ese amor y
resulta de ello, un hijo. Y entonces, al verle la carita a eso que fue y será
fruto de uno, se entiende que la palabra amor fue usada indiscriminada e
ignorantemente por tantos años.
"¿Cuántos años tienen que pasar para saber lo que es el
amor, papá?"
"Para vos, hija, dos mil trescientos ochenta y cinco
años... ahí te podrás casar", le diré, en esa postura celosamente
paternal. Pero en realidad, dependerá de ella, pura y exclusivamente.
Yo aprendí el significado y a usar esas tres frases, un
jueves de enero de 2012.
Aprendí que, en el amor al sexo opuesto, no existe tal cosa
como el amor incondicional, ya que siempre vamos a esperar algo a cambio, sino
seremos esos sometidos que con tal de amar, soportamos cualquier abuso. Tampoco
existe el amor con toda el alma, ya que ninguno de nosotros conoce los límites
de nuestras propias almas y si tuviéramos la facultad de conocerla, dudo que
justamente pensemos en el amor. Y en cuanto al amor con locura... bueno, yo le
tendría cuiqui. La locura no es un sentimiento que se pueda relacionar con el
amor hacia nuestra media naranja. Imaginen una relación con una persona
sofocante, hartante, controladora, psicóticamente calculadora, opresiva, celosa
enfermiza... bueno, eso sería amar con locura.
Pero las frases amar con locura, amar incondicionalmente y
amar con el alma sí son válidas hacia un hijo. Eso es porque todo el amor que
sentimos por algo o alguien antes de tener un hijo fue una capacitación para
cuando uno se convierte en padre. Como yo, ese jueves de enero de 2012.
¿Por qué es válido ese amor hacia un hijo? Bueno, porque uno
amará a su hijo siempre, pase lo que pase, tome el rumbo que tome su vida, sin
importar las decisiones que tome para su futuro, sin mirar a la persona que
eligió para amar, sino concentrándose en su felicidad, sin importar si eligió
un camino distinto al que te hubiera gustado, sin preocuparte con cuantas
paredes se golpeó, sin importar cuánto te ignore, te haga enojar, te diga todos
los "te odio" que te diga y sin esperar que te devuelva una palabra
de amor. Eso es la incondicionalidad.
El amor con el alma es válido porque sólo cuando nos
convertimos en padres y madres, entendemos qué es el alma y cómo funciona. Es
la mejor herencia que le podemos dejar a un hijo, porque en ella se guardan
todos los pasos que diste en tu vida, tus emociones, tus experiencias, tus
fracasos y al poner la semilla, un pedazo de tu alma y la de tu pareja, forjan
la de tu hijo.
Amar con locura, es una certeza. Porque el buen padre es
sofocante, hartante, controlador, psicóticamente calculador, opresivo, celoso
enfermizo y todo lo que a los hijos se les ocurra llamarnos.
Y para finalizar con esta visión del amor, miro a mi hija,
Antonella, la veo llorar, aprender, reírse, jugar y sonrío al darle la razón a
Louis Armstrong, quien dijo: "Veo bebés llorando, los veo crecer.
Aprenderán mucho más de lo que alguna vez yo podré saber".
Así que, damas y caballeros, ellos y ellas, todos y todas,
formalmente decreto el 19 de enero como mi "Día del Hijo". Pero cada
uno puede decretarlo basado en aquel día en que descubrieron lo que es
realmente el amor.
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