Voy a hablar de un protagonista y personaje de Río Gallegos.
Desde ya les digo que no. No escupe a la gente, ni hace
“gggrrrr…” cuando habla, ni apesta a orina ni te manguea puchos. No es Quique
(aunque se merece todas las columnas que un escritor pueda escribir). Es otro
personaje innegable de estos lares. Y aunque no se restringe a Río Gallegos
nada más, me voy a referir a su presencia acá.
Yo lo conocí un 14 de abril de 2007, cuando bajé del bondi
en la Terminal local y llevaba dos clases de equipajes: uno con ropa y
tonterías y el otro con anhelos y curiosidad. La mezcla entre anhelo y
curiosidad puede dejarte ciego si no tenés una meta. Ese día, nuestro personaje
no estaba enojado. Pasaba tranqui por ahí y saludaba a la gente con cortesía.
Mi primer contacto con nuestro personaje fue así: sin pena
ni gloria. El tema fue al día siguiente.
Se ve que alguien o algo había molestado al flaco, que
enseguida descargó su furia. Me voló las clinas de una piña a lo Monzón y me
descolocó. El lugar del hecho fue la esquina de José Ingenieros y Richieri,
esquina (entre muchas más) donde te espera y te da un sopapo que te vuela el
gorro y te enreda las patas.
Pero no estaba tan enojado ese día. Yo lo he visto cuando
está enojado posta y me preguntaba qué hacía la gente para no salir herida de
sus trompadas secas y ciegas y entendí que nadie asomaba ni el naso a la calle.
Les copié. Y menos mal. Al otro día me enteraba por los matutinos que el loco
había arrancado techos, torcido postes y desplumado árboles, al estilo El
Increíble Hulk.
Sus enojos son antológicos y básicamente es la prueba a
fuego para quienes buscan adentrarse a esta selva perdida en medio de la
inmensidad. La “nave de la inmensidad”, la denominó Carlitos Besoaín, un
escritor local. Yo no lo pude haber dicho mejor.
La nave está comandada por nuestro protagonista. Hay otros
encargados de ponerte a prueba, pero él es el jefazo. Su Segundo vendría a ser
el Subcomandante Frío. Sus Oficiales Auxiliares son dos pibas re jodidas:
Oficial Soledad y Oficial Escarcha. A veces, uno cree que Frío y Soledad son
los peores, pero tarde o temprano, uno se acostumbra a su forma de mando. Al
Comandante Viento, nadie lo quiere. El Teniente Aburrimiento lo único que hace
es estar agarrado de las polleras de su jefa Soledad, pero cada tanto, el tipo
hace sus estragos, también.
Ellos están de pie ahí, cuando te bajás del bondi o el
avión. Entrás a la nave y te reciben. El Oficial Frío es quien normalmente
muestra la caripela primero, porque a Soledad y Escarcha los vas a conocer un
toque más adelante. Es más, Escarcha trabaja poquito tiempo, aunque es muy
hincha cuando lo hace. El tema, amigo mío, aventurero de la vida, es conocer
cara a cara al Comandante en Jefe Viento. Ahí se te aflojan las gambas y
empezás a tiritar.
¿Se acuerdan cuando dije que la mezcla de anhelo y
curiosidad es peligrosa sin una meta? Bueno, esa es la prueba de él. Si no
venís con tu esquema armado, la cosa se pone fulera.
Yo superé esa prueba. Pero siempre me divierto con sus
ocurrencias. Una de ellas fue mientras hacía el curso para la Policía. Mientras
se arriaba la Bandera, nos manteníamos en Saludo Uno, cuando el viento, de un
zarpazo, me voló la gorra. No tuve tiempo ni a estirar la mano. La gorra
desapareció en cuestión de segundos. “Me la arrebató el Jefe”, pensé. “Capaz
que estaba haciendo el Saludo mal”. Y la di por muerta.
A las dos semanas, la encontré en medio del campo. Había
sido arrancada de mis dominios y ahora, la gorra estaba de nuevo en mis manos:
opaca, gastada, con pocas fuerzas y me decía: “Lucho, el Comandante nos separó,
pero acá estoy”. Lástima que así, descolorida, no me servía.
Así es, futuro residente de Río Gallegos, vos que venís con
esas maletas llenas de sueños, necesidades y una meta, tené cuidado cuando
conozcas al Jefe. Todo se reduce a tu fuerza vital y la razón por la que estés
acá. Es posible la convivencia con el Comandante Viento. Como siempre, si
respetás su trabajo, si respetás la ciudad a la que protege de chupasangres y
si tenés más sentimientos de agradecimiento por tu progreso en vez de quejas
porque el Oficial Aburrimiento te tiene las tarlipes al plato, el Jefazo pasará
pero será una costumbre para vos. Y cuando sientas esa costumbre, es que sos
uno más. Después de todo, el Enojón y su personal no nos ataca todo el tiempo…
a veces nos dan unos días libres. No sé si nosotros descansamos de él o él de
nosotros.
Quizá, si ya sos uno más, cuando pase y te estampe un
chirlo, fijate si te dice algo. A mí, una vez, después de fajarme y volarme los
mocos, me susurró una cosa. “No todo en la vida es gratis, siempre algo tendrás
que dar a cambio. Yo, amigo mío, soy el que te pasa a cobrar”.
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