miércoles, 7 de marzo de 2018

HOY, EL GENERAL SAN MARTÍN, ES RIOGALLEGUENSE



No se si lo han notado pero hay carteles azules en varias de las calles de la ciudad, ¿los han visto?
Leerlos es tan interesante como aquel juego que inventé para entretener a mi sobrino, que consistía en encontrarle formas a las estatuas de la Plaza San Martín.
“A esta le falta la cabeza, tío”, me dijo y sin saber qué responderle, caí en lo que todos decimos: “Fueron los nenes malos”.
A 51º37’23.94’’ Sur – 69º12’57.43’’ Oeste se encuentra una plaza. Plaza San Martín. Ex plaza Mitre. Histórica plaza. Espacio verde al que no le gusta el otoño, aunque le queden bien las hojitas doradas repartidas, sin un orden aparente, por toda su extensión. Plaza mítica que espera con ansias una nevada que nunca llega. Una nevada… pero una nevada posta.
Plaza que estuvo encerrada en el pasado y aunque hoy es libre, pide estar encerrada de nuevo.
“Las cosas se han puesto difíciles… por no decir jodidas”, me dice.
En la plaza hay un cartel azul. Y en frente al actual Tribunal Superior de Justicia. Y en la Casa España. Y en el Correo. Y en el Complejo Cultural del lado de Ramón y Cajal.
Pero más me gusta la Plaza. Me gusta cruzarla en diagonal. Detenerme frente al monumento de San Martín y mirar las calles que la rodean. Cada vez que miro alrededor y me encuentro con esos cuatro muchachos que me miran con curiosidad, preguntándose cuál será mi próximo movimiento, se me viene a la cabeza esa duda. Muchachos, sí, ustedes, los cuatro. Maipú, San Martín, Don Bosco y Errazuriz, les hago una pregunta: ¿por qué me miran así? ¿Será que soy uno de los pocos que se dio cuenta del error que los atrapó para siempre? Sí, mis queridos amigos, nadie puede dar la vuelta entera alrededor de la plaza en auto. Hay alguno de ustedes que está mal parado. ¿Quién será? ¿Serás vos, Errazuriz? Me pregunto cuántos ciudadanos saben quién sos. Si alguno sabrá que no eras argentino, sino chileno y que Roca y vos fueron contemporáneos y ambos bregaban por la hermandad de Chile y Argentina.
Plaza San Martín. Tu monumento. Monumento al que un amiguito mío le descubrió una verdad: el General San Martín no señala hacia la Cordillera de los Andes, sino hacia nuestra Catedral.
“No, señala a los Andes”.
“No, Luis, señala a la Catedral. Si de acá, los Andes  no se ven”.
A veces me gustaría ser uno de esos cuidadores de la plaza, que la acarician con un lado de la escoba y con el otro, escarban entre los ladrillos para sacarle el barro amorosamente, como el manicure a una dama. A veces me gustaría ser el cóndor que, desde el centro de la plaza, observa atento a la garita de los cuidadores como diciendo: “Hagan su trabajo, che”.
Plaza San Martín, menos mal que no soy turista, porque sino me hubiera tomado una foto con vos y ya. Y con un “ya” no me alcanza. Quiero estar cerca. Por eso me mudé al centro. Abro la ventana, saco la cabeza como un perro en un auto y alcanzo a ver tus árboles agitándose al ritmo del viento. Te veo. Me calma eso. Me calma porque veo que todavía estás ahí, que nadie te secuestró, que llorás a escondidas y que no querés que te vean hacerlo.
Cuando te visito me doy cuenta que extrañas a tus viejos amigos. Los amigos de tu edad ya no te visitan porque tienen una orden de restricción. Viste cómo es esto: “Nuevos dueños, nueva política”. Ahora estás rodeada de pibes que te pintan los bancos, te pisan las flores, te mutilan las estatuas y te usan de escenario para molerse a piñas.
Me dicen que en las plazas de las ciudades importantes del país, al contrario de la nuestra, han caminado grandes personalidades nacionales. ¡Y a mi qué! Nuestra plaza fue recorrida por La Trifona, Quique, Maseta, el Barón Rotchilds, Panchito, Gamito y Aujier “el político”. Y son de acá, cacho… ¡De acá!
Nunca lo vi al Barón Rotchilds hablando sobre cultura y dejando en secreto su procedencia en la Plaza de Mayo. No lo vi nunca a Gamito, el andaluz, diciendo su característica frase “deja el caballo correr” en la Plaza Moreno de La Plata, mientras, atiborrado de alcohol, filosofaba sobre la vida a su manera. No lo oí al petizo Aujier (más conocido en los bares locales como “El político”) decir: “pibito, traeme un cafecito” en un bar frontal a la Plaza 25 de Mayo, de Resistencia, Chaco. Y menos aún a Quique, mendigar puchos, caminar tambaleante, haciendo gestos obscenos y escupiendo a la gente frente al Monumento de la Bandera en Rosario. A eso le llamo exclusividad.
Me pregunto si alguna vez, al padre de la plaza, el señor Carlos Siewert, se le hubiera ocurrido verla como está hoy: madura y hermosa. Plaza San Martín. Yo no lo sé, pero estoy casi seguro que el día que murió su viejo y eterno amigo Walter Roil, un viento azotó las copas de sus árboles, llenando sus veredas de hojas secas y la gente, indiferente, decía “otra vez viento”, cuando lo que caían no eran hojas arrancadas por el viento, sino lágrimas arrancadas por la tristeza.
A veces, cuando la cruzo diagonalmente, me pego una escapadita hasta el puente de madera y miro si ya habrán vuelto a poner las islas pequeñas con los faros, los castillos milenarios y los barcos en la lagunita que se formaba allí, tal como estaban en las fotos viejas, pero veo que nada más hay barro, papeles y hasta botellas vacías.
En fin, hay carteles azules por todas partes que me detengo a leer. Ahí está tu historia, querida Gallegos, capítulos de tu historia.
¡Hey, General San Martín! Vos que cruzaste los Andes, no estás en la Catedral Metropolitana, estás acá, en la plaza, en la ciudad de Río Gallegos, Provincia de Santa Cruz, República Argentina. Hoy estás acá, sos riogalleguense. Después de todo, el barco que transportó tus restos desde Europa a Argentina es el mismo que, cinco años después, trajo los materiales y la gente para comenzar a cimentar nuestra comunidad aquel 19 de diciembre de 1885, el mismo que sale en la bandera de Río Gallegos, el Transporte Villarino. Reclamo el cachito de derecho que tenemos sobre tu nombre. Hoy sos nuestro. Mañana… mañana ya veremos. Uno nunca sabe. Despertamos y de a poco nos van borrando los próceres para imponernos otros.

Carteles azules, capítulos de tu historia. Ya quiero leerlos, ya quiero cruzar la plaza en diagonal, guardar esperanzas de que algún día jugaré con los barcos en la lagunita, divertirme con mi sobrino a encontrarle la vuelta a las estatuas y asomarme por la ventana y chusmear si por fin nevó y si por fin has vuelto a sonreír.

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