Cuando llegué a esta ciudad, tenía un currículum floreado,
lleno de experiencias variadas. Había trabajado de lavaplatos en un restorán
(en el que no me pagaron), hasta repartidor de panfletos (en el que tampoco me
pagaron). Había sido vendedor de diarios y revistas en un puestito, hasta
alcanza pelotas en las canchitas de mi barrio. Desde comerciante hasta empleado
en una empresa de taxis como telefonista. Y la necesidad de ser todo eso, había
interrumpido mi gran sueño de convertirme en periodista gráfico. Cosa que se me
cumplió en esta ciudad y que el pasado viernes 24 tuvo su día en el calendario.
Río Gallegos se ganó la banda de “Miss Ciudad de las
Oportunidades” en un desfile de moda nacional. Nadie se explica cómo lo ganó,
ya que no tiene ni media onda para caminar en la pasarela. Y Gallegos mantuvo
su nivel por muchos años. Yo caí en el 2007, época en que aún estaba en auge.
Caíamos desde todos lados. Parecía que alguien nos empujaba desde un avión e
íbamos cayendo en paracaídas. Donde caías, ahí te asentabas.
Entré en el mundo del periodismo y aprendí muchísimo. Era
reportero gráfico. Y uno dedicado. Después de todo, ese era mi sueño.
¿A dónde voy con esta sarta de giladas? A que entre todas,
las cientos de entrevistas que un reportero ha hecho y las notas que ha
redactado, siempre hay una que lo define como lo que es. Esa que le da el
título, esa que lo gradúa y que no hay Universidad en el mundo que sea capaz de
hacerlo. La mejor y que jamás olvidaré, fue la que le hice al finado Don Juan
Bautista Baillinou. Escritor taciturno, fumador como chimenea en un domingo de
asado familiar, ermitaño, contador de la historia santacruceña como si fuera un
abuelo contándole un cuento a un nieto y dueño de tantas experiencias de este
terruño. Había sido ganador de un concurso en el que su obra llegaría a los
anaqueles en Buenos Aires representando a Santa Cruz.
Cuando entré a su búnker, me di cuenta que se merecía esa
nota y todas las que se me ocurriera hacerle. El modus operandi de las notas a
los artistas son convocarlos al diario o ellos te visitan, pero con Baillinou
no. Los otros eran artistas; Baillinou, era Baillinou. Como será que era tan
absorvente su imagen, que hasta Horacio Córdoba, que ha inmortalizado tantas
caretas de Gallegos, en una especie de Walter Roil moderno, le sacó numerosas
fotos y en todas, los ojos de Baillinou brillaban como si fueran luciérnagas en
la noche.
A Baillinou no se le hacía preguntas. No era como un auto al
que se le da arranque, él arrancaba solito.
Me tomé un momento para observar su búnker. Ya iba sabiendo
que sería una nota diferente, de esas en las que dejás ver que el corazón de
escritor salta de tu pecho. Anoté todo lo que describiría en mi reporte. Por
ejemplo el cartel que estaba pegado en su pared: “Piense, puede ser una
experiencia única”.
Como reportero, me sentí un pichón y como escritor, ante
semejante bestia literaria, me sentí un amateur.
“Aquel que vive sin cometer alguna locura, no es tan
prudente como piensa. Eso lo dijo La Rochefoucauld. Todos cometemos locuras. Y
si no se cometieran locuras, no se podrían hacer muchas cosas. La locura es una
necesidad del hombre cuando se le terminaron los argumentos para lograr su
objetivo”, empezó Baillinou y yo todavía no había presionado el botón de Rec en
mi grabador. Y desde entonces, habló pausadamente, dando pitadas a sus
cigarrillos Benson and Hedges. Cada tanto hacía pausas en su locución y volvía
siempre al tema que nos había reunido, hundido en una nube de humo: su libro
“La sabia locura”. Y dijo esa frase que subraya el destino de todos los que
venimos desde otros puntos del país: “Haber venido a Río Gallegos no dejó de
ser una locura”.
Y haciendo una autoevaluación, todos esos actos de locura
que he cometido me han traído y hecho lo que soy. Y eso me ha hecho preguntarme
si los locos son los cuerdos y los cuerdos los locos.
Haber dejado toda una vida en Córdoba y haber armado el nido
acá fue un acto de locura que resultó exitoso.
A veces uno piensa demasiado las cosas y cuando uno actúa de
forma impulsiva (o con locura), las cosas terminan saliendo de forma correcta.
Es uno de esos misterios de la vida que uno nunca entiende y que tampoco le
pone esfuerzo en entender. ¿Sucedió? Sí. ¿Estoy vivo? Sí. ¿Tengo guita en la
billetera? Sí. Listo.
Baillinou siguió hablando, mi grabador grabando, Horacio
siguió sacando fotos, pero yo estaba en otro lado. Pensando en mis propios
actos de locura en la vida. Todas esas decisiones que tomé y en las que pocos
confiaban. Juan Bautista hablaba de las locuras de todos aquellos pioneros que
confiaron en esta tierra agreste, llena de luzmala, llena de frío, muerte,
sangre, indígenas, petróleo, futuro y corderos. Era como el angelito y el
diablito que se aparecen sobre tu hombro y te hablan al oído. Yo pensaba en
ellos cuando se aparecieron en mis hombros y ponía en la balanza los pros y
contras. Uno me habló del frío y la soledad y el otro del progreso. Y yo tomé
una decisión.
A vos seguro que se te apreció y te propuso la misma
premisa. Vos sabrás cuál es cada uno y a cual le hiciste caso.
Gracias Baillinou por hacerme sentir que ese día, con todos
mis errores y aciertos, fui un reportero gráfico.
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