Verano. Estamos en el verano. Estación
del estío. Estación del calor, de la popularidad, estación en la que todos son
felices.
Bah, felices todos aquellos que se pueden
ir de vacaciones. El resto… bueno, están en su derecho de odiar el Verano. ¿Ah,
no? ¿Lo quieren de todos modos? Pero si el Verano es ese tipo sudoroso, vacío
por dentro, lleno por fuera, que le gusta escuchar música a todo volumen y
estar de parranda las 24 horas del día. Ese que se la pasa tomando cerveza y
que le gusta mirar películas de terror baratas y sin argumento. Ese que le
gusta copar las esquinas y hacer nada por la vida. Ese que cree que haciendo
willy en su bici en medio de la vereda esquivando la gente como conos, piruetas
en su skate en las escaleras de lugares públicos o haciendo sonar el motor del
auto de su papito por la Roca
o la Costanera ,
atrae la atención de las mujeres. Ese que se cree que puede elegir qué música
debemos escuchar todos en un viaje en colectivo, sin consultarnos. “Hey, chabón,
¿tenés plata para comprarte un celular a todo trapo pero no para unos
auriculares?
¿Qué parte de todo eso les puede gustar?
A mí el Verano no me cae bien. Usa lentes
de sol demasiado grandes para su cara, viste remeras A+ aunque su grupo
sanguíneo sea otro, de pronto cambia su fonética por una mezcla melosa de
palabras y hace ojitos como un perrito que busca un hueso, camina como si fuera
una serpiente, casi arrastrándose por la vereda y como el pavo real (o más
bien, como un “real pavo”) sacude sus plumajes en un ridículo ritual de
apareamiento.
No me cae bien porque cree que puede
decirme qué canción me va a identificar hoy y cuando arranque el otoño, esa
canción pasa de moda. Hoy, el idioma del verano es el portugués.
A pesar de todo esto, el Verano tiene un
laburo interesante. Le gusta hacer el “check in” a la gente en su propio
aeropuerto. La gente se agolpa, se empuja, se insulta, todos se quieren ir
rápido de vacaciones sino se les termina el año y no lo han disfrutado. El Verano
los recibe, revisa el equipaje, aparta a un lado, como en un detector de
metales, las miserias acumuladas durante el año y cuando vuelven de las
vacaciones, todos morenos y quemados por el sol y con varios kilos de más, el
Verano te espera en el “check in” y te devuelve todo con una gran sonrisa.
“Jajaja -se ríe-, iluso. ¿Pensaste que tus problemas habían desaparecido con
solo irte de acá?”.
El Verano es más bien una excusa que una
situación. La excusa de que todo lo que pasa es meritorio de un brindis que
dura toda la noche y donde los amigos pronto se empiezan a desconocer presos de
los efectos del alcohol. Los íconos del Verano son la cerveza, los torsos
desnudos y el sudor. ¿Qué puede tener de sexi un pecho peludo todo transpirado
y con olor a chivo? El Verano es un simbolismo de lo que todos queremos ser y
nunca podremos. Es más un sustantivo que un verbo. El Verano hace que las
chicas usen un guardarropa que espera en una vitrina especial todo el año, como
el hacha que se usa en caso de incendios. En este caso, la vitrina tiene una
pollerita corta, una pupera y dice “Usar en caso de temperatura superior a los
20º”. De repente, la población femenina aumenta cuando hace calor. Y la
población masculina se ve supeditada a la femenina. Pero no hace falta que lo
diga, ¿no? Es sentido común, conocimiento popular, es como ver un grupo de
perros merodeando una casa. Ya sabemos porqué lo hacen.
Cuando vivía en Córdoba, el Verano, sólo
me servía para freír huevos, para que me falte la respiración, estar aceitoso
por el sudor y para que soporte menos a la gente. Cada vez que llega el Verano
y la gente comienza a frotar las palmas hambrientas, viajo a esas épocas en
donde tenía que esperar en la parada del colectivo a la una del mediodía en
pleno enero, bajo el rayo del sol y cuando llegaba al trabajo, luego de ir
todos apretados como ganado y rozándonos los cuerpos sudorosos, llegaba transpirado
en todo el cuerpo. Y el día recién empezaba.
Me parece que el Verano instala en el
cerebro de la mayoría de la gente el mismo chip: todos se ponen tontos,
superiores, supuestamente atractivos y salen a cazar hembras o machos que el
resto del año ignoran. Verlos hacer eso es casi tan interesante como enganchar en
el Animal Planet la vida sexual de las hormigas en la Nueva Guinea. Se les
siente desde la lejanía el olor a celo.
El Verano no me cae bien porque por su
culpa, hoy en Río Gallegos una nevada es noticia, pero 30 grados de calor no.
Cacho, si no te gusta el frío, andate a vivir a Colombia. Me vine a la Patagonia a no pasar
calor y el calor me siguió hasta acá. Además, como si todos los transeúntes
estuviéramos en un boliche o en el Carnaval, le gusta tirarnos encima esas
pelusas blancas, como si fuera “espuma loca”.
Noto que la gente se dice Feliz Primavera
o se desean un buen verano, pero nadie se saluda en otoño o invierno. ¿Por qué?
¿Nadie quiere que su prójimo sea feliz todo el año? Cuando no es Verano, la
gente se recluye en sus hogares y comienzan a criticar el clima de la ciudad,
mientras ya no ven la hora que llegue el calorcito de nuevo. Desde el cálido
fulgor de sus calefactores, miran por la ventana y ven los árboles bailando
violentamente al ritmo del viento o ven la calzada escarchada o la nieve sobre
las veredas y comienza a decir pestes de su ciudad, de la que después exigen la
tajada de derecho por ser nacidos acá.
El verano no me cae bien porque por su
culpa, ya no festejamos el nacimiento del Niño Jesús, sino la venida de un
gordo abrigado hasta las uñas que grita como energúmeno “jo jo jo” y nos trae
regalos. A medida que pasan los años, noto que los pesebres cada vez tienen
menos integrantes, pero veo más bolas rojas colgando de las ramas de un pino
que nunca creció en Belén. Me uno a los dichos del negro Fontanarrosa, en los que
dice que nosotros no tenemos nada que ver con Papá Noel, que esa historia es de
los estadounidenses y nosotros la compramos. Cito: “Si fuéramos coherentes
tendríamos que celebrar alguna fiesta indígena, reverenciar al Dios de la Lluvia , bailar en pelotas
bajo la lluvia y esas cosas”.
¡Hey, Verano! Es todo culpa tuya por
entrometerte y hacerle creer a la gente que das esperanzas, que decir Verano
significa un nuevo comienzo, redención, cuando sólo sos una estación más. No me
caés bien porque te la pasás mirándote al espejo queriendo ser perfecto para
caerle bien a la gente.
Me acabo de dar cuenta de algo: si
necesitás mirarte tanto no estás seguro de vos mismo. He decidido ganarme menos
lectores, pero ser sincero y no decirles a todos: “Feliz Verano”, porque
alguien que no está seguro de sí mismo, no es feliz.
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