miércoles, 7 de marzo de 2018

LAS CRÓNICAS DEL TIPO SUDOROSO Y SU SECTA



Verano. Estamos en el verano. Estación del estío. Estación del calor, de la popularidad, estación en la que todos son felices.
Bah, felices todos aquellos que se pueden ir de vacaciones. El resto… bueno, están en su derecho de odiar el Verano. ¿Ah, no? ¿Lo quieren de todos modos? Pero si el Verano es ese tipo sudoroso, vacío por dentro, lleno por fuera, que le gusta escuchar música a todo volumen y estar de parranda las 24 horas del día. Ese que se la pasa tomando cerveza y que le gusta mirar películas de terror baratas y sin argumento. Ese que le gusta copar las esquinas y hacer nada por la vida. Ese que cree que haciendo willy en su bici en medio de la vereda esquivando la gente como conos, piruetas en su skate en las escaleras de lugares públicos o haciendo sonar el motor del auto de su papito por la Roca o la Costanera, atrae la atención de las mujeres. Ese que se cree que puede elegir qué música debemos escuchar todos en un viaje en colectivo, sin consultarnos. “Hey, chabón, ¿tenés plata para comprarte un celular a todo trapo pero no para unos auriculares?
¿Qué parte de todo eso les puede gustar?
A mí el Verano no me cae bien. Usa lentes de sol demasiado grandes para su cara, viste remeras A+ aunque su grupo sanguíneo sea otro, de pronto cambia su fonética por una mezcla melosa de palabras y hace ojitos como un perrito que busca un hueso, camina como si fuera una serpiente, casi arrastrándose por la vereda y como el pavo real (o más bien, como un “real pavo”) sacude sus plumajes en un ridículo ritual de apareamiento.
No me cae bien porque cree que puede decirme qué canción me va a identificar hoy y cuando arranque el otoño, esa canción pasa de moda. Hoy, el idioma del verano es el portugués.
A pesar de todo esto, el Verano tiene un laburo interesante. Le gusta hacer el “check in” a la gente en su propio aeropuerto. La gente se agolpa, se empuja, se insulta, todos se quieren ir rápido de vacaciones sino se les termina el año y no lo han disfrutado. El Verano los recibe, revisa el equipaje, aparta a un lado, como en un detector de metales, las miserias acumuladas durante el año y cuando vuelven de las vacaciones, todos morenos y quemados por el sol y con varios kilos de más, el Verano te espera en el “check in” y te devuelve todo con una gran sonrisa. “Jajaja -se ríe-, iluso. ¿Pensaste que tus problemas habían desaparecido con solo irte de acá?”.
El Verano es más bien una excusa que una situación. La excusa de que todo lo que pasa es meritorio de un brindis que dura toda la noche y donde los amigos pronto se empiezan a desconocer presos de los efectos del alcohol. Los íconos del Verano son la cerveza, los torsos desnudos y el sudor. ¿Qué puede tener de sexi un pecho peludo todo transpirado y con olor a chivo? El Verano es un simbolismo de lo que todos queremos ser y nunca podremos. Es más un sustantivo que un verbo. El Verano hace que las chicas usen un guardarropa que espera en una vitrina especial todo el año, como el hacha que se usa en caso de incendios. En este caso, la vitrina tiene una pollerita corta, una pupera y dice “Usar en caso de temperatura superior a los 20º”. De repente, la población femenina aumenta cuando hace calor. Y la población masculina se ve supeditada a la femenina. Pero no hace falta que lo diga, ¿no? Es sentido común, conocimiento popular, es como ver un grupo de perros merodeando una casa. Ya sabemos porqué lo hacen.
Cuando vivía en Córdoba, el Verano, sólo me servía para freír huevos, para que me falte la respiración, estar aceitoso por el sudor y para que soporte menos a la gente. Cada vez que llega el Verano y la gente comienza a frotar las palmas hambrientas, viajo a esas épocas en donde tenía que esperar en la parada del colectivo a la una del mediodía en pleno enero, bajo el rayo del sol y cuando llegaba al trabajo, luego de ir todos apretados como ganado y rozándonos los cuerpos sudorosos, llegaba transpirado en todo el cuerpo. Y el día recién empezaba.
Me parece que el Verano instala en el cerebro de la mayoría de la gente el mismo chip: todos se ponen tontos, superiores, supuestamente atractivos y salen a cazar hembras o machos que el resto del año ignoran. Verlos hacer eso es casi tan interesante como enganchar en el Animal Planet la vida sexual de las hormigas en la Nueva Guinea. Se les siente desde la lejanía el olor a celo.
El Verano no me cae bien porque por su culpa, hoy en Río Gallegos una nevada es noticia, pero 30 grados de calor no. Cacho, si no te gusta el frío, andate a vivir a Colombia. Me vine a la Patagonia a no pasar calor y el calor me siguió hasta acá. Además, como si todos los transeúntes estuviéramos en un boliche o en el Carnaval, le gusta tirarnos encima esas pelusas blancas, como si fuera “espuma loca”.
La Primavera tiene seguidores, pero el Verano tiene fanáticos. Son una secta medio rara. Decís Verano en voz alta y gritan como enfermos: “¡Eeehh…!” Y cuando les preguntás porqué gritan efusivamente, se miran entre ellos confundidos. “Hablá vos, yo no se. Vi luz y entré”.
Noto que la gente se dice Feliz Primavera o se desean un buen verano, pero nadie se saluda en otoño o invierno. ¿Por qué? ¿Nadie quiere que su prójimo sea feliz todo el año? Cuando no es Verano, la gente se recluye en sus hogares y comienzan a criticar el clima de la ciudad, mientras ya no ven la hora que llegue el calorcito de nuevo. Desde el cálido fulgor de sus calefactores, miran por la ventana y ven los árboles bailando violentamente al ritmo del viento o ven la calzada escarchada o la nieve sobre las veredas y comienza a decir pestes de su ciudad, de la que después exigen la tajada de derecho por ser nacidos acá.
El verano no me cae bien porque por su culpa, ya no festejamos el nacimiento del Niño Jesús, sino la venida de un gordo abrigado hasta las uñas que grita como energúmeno “jo jo jo” y nos trae regalos. A medida que pasan los años, noto que los pesebres cada vez tienen menos integrantes, pero veo más bolas rojas colgando de las ramas de un pino que nunca creció en Belén. Me uno a los dichos del negro Fontanarrosa, en los que dice que nosotros no tenemos nada que ver con Papá Noel, que esa historia es de los estadounidenses y nosotros la compramos. Cito: “Si fuéramos coherentes tendríamos que celebrar alguna fiesta indígena, reverenciar al Dios de la Lluvia, bailar en pelotas bajo la lluvia y esas cosas”.
¡Hey, Verano! Es todo culpa tuya por entrometerte y hacerle creer a la gente que das esperanzas, que decir Verano significa un nuevo comienzo, redención, cuando sólo sos una estación más. No me caés bien porque te la pasás mirándote al espejo queriendo ser perfecto para caerle bien a la gente.

Me acabo de dar cuenta de algo: si necesitás mirarte tanto no estás seguro de vos mismo. He decidido ganarme menos lectores, pero ser sincero y no decirles a todos: “Feliz Verano”, porque alguien que no está seguro de sí mismo, no es feliz.

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