COLUMNAS
martes, 28 de mayo de 2024
viernes, 15 de junio de 2018
CARAS, PERSONAS, SIGNOS Y CUALIDADES
Ese de ahí tiene cara de Ramón.
Y cuando mirás bien al observado, te das cuenta que es
flacucho, medio chupado de los cachetes, arrugado y con bigote. Te das cuenta
que le falta un gorrito a lo Piluso y que amague con encajarte un soplamoco
exclamando: “Y no te doy otra nomás porque…” y sí, sería igualito a Don Ramón,
el vecino del Chavo del Ocho.
No sé por qué, pero si veo a un hombre así, pienso que se
llama Ramón. Ya está catalogado.
¿Martín? Martín tiene onda de leonino. Sino mirá: acapara
las fiestas, él bromea, pero no le gusta que lo bromeen, da órdenes y hace muy
poco, ocupa la punta de la mesa, es el único autorizado para rajarse un eructo
y que su concurrencia lo aplauda…
“Hola Tincho, vos sos de Leo, ¿no?”
“¿Yo? No. De Libra”.
¡Cuak!
A veces nos pasa eso, ¿no? Catalogar a alguien por su nombre
o su signo del zodíaco.
¿Seré yo el único o acaso todos tuvimos una seño de Pre
Jardín llamada Karina, luego en sala de cinco a una llamada Graciela, una
maestra de grado llamada Ana y otra Susana? ¿Será a propósito que cataloguen a
las Jennifer, Britney, Jessica, Steffany como las “top model” de la escuela? ¿O
que los machos pistolas de un grupo siempre sean los Brad o Jason?
¿Acaso fui el único que vio a esas o esos que buscan
similitudes entre las personas, partiendo del signo zodiacal?
“Yo soy de Tauro”.
“Nah, jodeme, ¿en serio? La hermana de mi vecina tiene una
prima que su hermano tiene un amigo de su tío que es de Tauro…”
¡...!
¿Seré yo nomás o vos también cuando escuchás que un nene de
dos años se llama Alberto decís que tiene nombre de adulto? ¿O cuando un adulto
se llama Pablo, decís que tiene nombre de pendex? ¿Seré yo nomás o cuando
conocés a un niño recontrasuper tranquilo llamado Jacinto, sos capaz de meterle
ese nombre al tuyo, como si fuera una invocación del Dios Jacinto de los
Recontrasuper Tranquilos?
Espero no ser el único que vivó algo como esto: En una
charla te chusmearon el comportamiento que tenés y te dicen que después de
observarte largo y tendido sos un típico Luis.
¡Plop!
Cordobés chamuyero, Tucumano choro, porteño agrandado,
santiagueño dormilón... ¿Hace falta seguir?
¿Esa de allá? ¿La empleada doméstica de una casa yanqui? Esa
deber llamarse María y además de ser empleada, habla con los espíritus, pero
ese servicio no se los cobra a sus patroncitos. ¿Y el mayordomo, aquel? Debe
llamarse Jaime o Perkins. Uno de los dos. Si no se llama así, pues entonces,
amigo mío, estás siendo víctima de un fraude.
¡Qué niño tan bueno! Le pongamos Roberto, como su abuelo.
¡Qué culpa tiene el niño… o Roberto! En el traspaso de un nombre no va el
carácter.
¿Esos que están ocultos allá atrás, que la luz apenas los
ilumina, que alzan la cabeza y se ponen de puntitas de pie para ver lo que pasa
acá delante y ver si alguien los tiene en cuenta? Bueno, claramente esos son
aquellos que alguna vez soñamos con convertirnos en médicos, abogados,
bomberos, arquitectos, arqueólogos, veterinarios, militares, policías,
paleontólogos. Los de más adelante, que están sentaditos en la primera fila,
que tienen amplias sonrisas, brillitos en la cara, vestimentas que no se entienden
y dueños de todos los aplausos y cuanto programita barato de tele haya, son los
nuevos soñadores: cantantes y bailarines. Aunque sean profesiones digas,
siempre y cuando se tomen profesionalmente, esos son los límites de los sueños
de las nuevas generaciones.
¿Cuál es esa necesidad que tenemos de encajarle un rótulo a
alguien?
Yo soy de los que les gusta leer un buen libro que me
proponga un viaje único, ver una buena película con un argumento sólido y no
comprarla por los efectitos especiales, de los que aman la compañía de un café
fuertecito y escuchar heavy metal, de los que son gustosos de la vida
sedentaria, que no les importa el peso, la estatura, las canas o la calvicie y
se sienten acompañados por la soledad. ¿A qué nombre tengo cara, de qué signo
soy? ¿Me llamo igual que mi papá, me llamo igual que un tío, tengo nombre de
mayordomo? ¿Soy cordobés por haberles chamuyado todo esto?
Siendo chico soñé con ser escritor y policía y acá estoy: lo
cumplí. ¿Acaso tenía cara de eso?
Respuestas al correo: luisferrarassi@gmail.com. Las mejores
respuestas, se llevan de premio un suplemento de Horóscopo Chino, el último
libro de Horangel... A ver si les sirve para arrancar o una fotito en La
Vidriera.
Hay quienes, a pesar de esto, seguirán sujetos a juzgar todo
por las caras, las personas, signos y casualidades.
¿Críticos? ¿Analistas? ¿Filósofos? ¿Opinólogos recibidos en
la Universidad Internacional Wikipedia?
Mmmmhh... No, yo no les veo cara de eso.
PREGUNTAS RETÓRICAS QUE YA NO LO SON
Tarde o temprano, siempre aparece un ñato que te repite esa
pregunta. Y lo primero que se te viene a la cabeza es que, si sacan el tema, es
que algún "sin-ideas de Jólibud" salió con otra película sobre el fin
del mundo. ¿Efectos especiales?: Muchisisisimos. ¿Argumento?: A medio pelo.
¿Casting?: actor lindo, actriz linda y uno que hace de bufón. ¿Final?: Todos
estaban a punto de morir y cuando pensás que va a estar piola que por fin se
acabe todo, el chico lindo salva el mundo, se besa con la chica linda y el
bufón hace el chiste final. Fundido en negro. Créditos. Fin de la película.
Crítica: ¡Excelentes efectos especiales! Sí, todo joya, pero ¿y el argumento?
Llevate los pochoclos que te sobraron y tratá de no contar el final a los que
están esperando para entrar.
Y esa pregunta retórica es: "¿Qué harías si te
enteraras que hoy es el último día del mundo?"
Esa es la pregunta que alguna vez un iluminado se habrá
hecho para que fuese retórica, no para que alguien la responda. Pasa lo mismo
con la de las cebras, si son blancas con rayas negras o negras con rayas
blancas. A ver, macho, nadie te dijo que te fueras al África a consultarle a
una cebrita si de casualidad era blanca o negra. La pregunta era retórica.
Además, a ningún negro le gusta que le pregunten eso y a los blancos tampoco. Y
no vale esa tonta observación de que es negra porque es de África. Tarzán, “Rey
de la Selva” africana era blanco.
Otra pregunta retórica es la del huevo o la gallina. ¿Quién
vino primero? Tampoco quiere decir que vayas a un gallinero a investigar. Y
tampoco propone el mensaje subliminal de que las gallinas son mamíferos. Nadie te
está pidiendo que montes guardia al lado de una gallina, soportar el aroma y
pispear en el momento del parto y ver qué sale. Era retórica, amigo.
Al igual que la pregunta del fin del mundo (que quizá
ustedes estén esperando que responda de una vez por todas), tu vieja te hizo la
pregunta retórica por excelencia: “Si Juancito se tira a un pozo, ¿vos igual te
vas a tirar a un pozo?”
Los Juancitos que estén leyendo esto, no sientan que su
nombre es corriente, es que siempre son ejemplo en todo. Aunque, cabe destacar
que cuando una madre se enoja, todas sus preguntas son retóricas. Ejemplos:
“¿Sos o te haces?” Es retórica y si acaso se te ocurre responder, cuidá tus
palabras o podrán ser usadas en tu contra. “¿Acaso me viste cara de tonta?”
¡Por Dios y todos los ángeles del Edén, si querés seguir teniendo la dicha de
descubrir lo maravilloso de la vida, no respondás, también es una pregunta
retórica! “¿Cien pesos querés? ¿Qué, soy un banco yo?” No digás “sí”, no digás
“mantenerme es tu trabajo” no digás “y entonces para qué me tuviste”, no digas
“nunca” ni “siempre”. Al menos que quieras seguir disfrutando cada tanto de los
préstamos que te brinde “el banco”. Bueno, no hay respuesta a la del pozo. No
te atrevas a decir alguna, a inventarla para hacerte el macho pistola, porque
el soplamoco que te van a dar (o deberían darte), no va a ser retórico,
créeme... te lo digo yo, por experiencia.
Aquel que leyó a Shakespeare o que vio alguna de las
adaptaciones de “Hamlet”, podrá recordar que, calavera en mano, él se hizo una
de las preguntas retóricas más famosas: “Ser o no ser”. Pero esta no es una
pregunta retórica cuando te la hacés a vos mismo en esos momentos en que te
sentís vulnerable o te carcome una crisis. “Si se quiere se puede”, es la
respuesta a la pregunta interior de “Ser o no ser”. Cantásela a Hamlet, a ver
si le sirve y le ayuda en su dilema.
“Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie cerca, ¿hace
ruido?” Esta es una pregunta retórica de miles de años, que sirve para despejar
la mente y concentrarse. Se la hizo Lisa Simpson a su hermano Bart cuando él se
entrenaba para jugar al Mini Golf. Aunque fuera retórica, Bart le encontró
respuesta. Dijo: “Por supuesto... yiiiiiiihh... ¡Crash!” Sin embargo, no puede
existir el sonido si no hay nadie que lo escuche.
Y en cuanto a la pregunta de rigor, comparto lo que dijo
sobre el tema San Carlos Borromeo: “Si me anoticiaran que mañana mismo se acaba
el mundo, yo seguiría jugando mi partida de ajedrez”. Es una manera respetuosa
de decir que le importa tres pedos el fin del mundo. Porque, seamos sinceros,
hagas lo que hagas, no podrás cambiar absolutamente nada, ni tu destino ni el
de la Tierra.
Así que ya sabés, sé obediente, no averigüés más de lo
necesario y cuando te pregunten sobre qué harías si fuera este el último día
del mundo, decile que hoy no estás seguro, que venga mañana y repita la
pregunta.
Creéme que si al día siguiente sale el sol como si nada, no
te la volverá a hacer y la película premonitoria, habrá fracasado… otra vez.
RÍO GALLEGOS Y SU PRIMER AMOR
Río Gallegos tiene muchos amigos. He conocido a varios de
esos amigos y de otros he escuchado sus historias y mientras pude, le he
rendido homenaje a alguno de ellos: al Comandante Viento, al Dr. Invierno, a
Inmensidad de Dios alias “la turbia” (o sea, la ría). He mencionado muchas
veces a Quique, Maceta, la Trifona, Gamito y otros personajes más que fueron y
son íntimos amigos de Río Gallegos, así como el amor de su vida: Walter Roil*.
Pero me estaba quedando algo fuera del tintero: hablar de
otro de sus amigos, el Villarino. Si bien los antepasados de Río Gallegos son
los tehuelches, genuinos “nycs**”, reales dueños de este territorio, uno de sus
primeros amigos fue el Vapor Villarino. Hay quienes dicen que Río Gallegos y
Villarino tuvieron un fugaz encuentro amoroso.
Interesado sobre esa parte de la historia, le fui de cara a
la ciudad y le consulté si era posta eso y habiéndosele puesto los cachetes
colorados, me contó la historia.
El 19 de diciembre de 1885, apareció por la puerta de
ingreso a la “turbia”, entre el Cabo Buen Tiempo y donde está Punta Loyola, el
muchacho este, Villarino. Nombre completo: ARA Vapor Villarino. Primer buque de
guerra de la Armada Argentina. Estaba siendo conducido por un Capitán de nombre
Federico Spurr y venía trayendo sobre sus hombros los materiales para construir
una base de la Subprefectura Naval y algunos ñatos que la construirían y serían
los primeros en vivir acá.
Cuando se vieron, Río Gallegos, interesada, le preguntó que
hacía tan al sur y Villarino le dijo que la idea era "Ejercer dominio
permanente, directo y categórico sobre el extremo continental del país, en el
marco de la defensa de la Soberanía"... o eso había escuchado. Entonces, a
Río Gallegos le pareció patriota y bien guapo.
Le contó también que había sido concebido en Inglaterra pero
por orden de Avellaneda y Roca. Como si hubiera nacido en un hospital
extranjero pero con médicos argentinos. La idea era que se pusiera bien en forma,
que se ejercitara para que fuera duro como una piedra y pudiera cargar en sus
hombros a todo un batallón de infantería con armamento incluido. Y que la idea
era hacer efectiva la soberanía argentina en la Patagonia.
Pasearon por la pequeña localidad, entre el frío, el barro,
el vuelo de las gaviotas, se tomaron de las manos y charlaron de bueyes
perdidos.
Cuando agarraron un cacho de confianza, Villarino le contó
un poco de su pasado, las partes lindas y las partes feas.
“Yo fui a buscar los restos de San Martín a Francia. En mayo
de 1880, ya estaba de nuevo en Buenos Aires con el cuerpo, un monumento y los
políticos que habían ido para allá”, dijo. “Y durante la Revolución de ese año
bombardeé Retiro”. Bajó la mirada, dolido por ese episodio. “Maté varios y herí
otros cuantos, entre las milicias rebeldes y la población civil. Y también
causé daños en numerosas viviendas y comercios”.
A Río Gallegos le pareció muy pretenciosa su historia, muy
“jolibudense”, como si quisiera impresionarla. Ella le contaba sobre el vuelo
de las gaviotas, la dura vida de los tehuelches y su modo de vida, el soplo del
viento y el intenso frío que hacía todo el tiempo y este “quetejedi” le salía
con aventuras, viajes a Francia, el traslado del cuerpo de San Martín y haber
matado y herido a gente durante una Revolución. ¡Quién se la creía a esa
historia!
Lo cortó por lo sano, le dijo que a ella no le gustaban los
mentirosos y agrandados, que ella buscaba más la figura de un hombre cálido,
que la mimara y que le contara historias lindas (cuyas características las
encontró en Roil).
Finalmente, Villarino se tomó el buque (valga la
redundancia), dándole la espalda a la dulce muchacha que nunca más volvió a
ver.
Años más tarde, siendo nada más que una dulce adolescente
alegre, se enteró que Villarino, a sus 19 años de vida, había muerto. El
corazón le dio un vuelco y tuvo que sentarse para no desmayarse. Una de las
gaviotas escuchó de otra que el 16 de marzo de ese año (1899), mientras
efectuaba su viaje número 101, Villarino fue arrojado sobre un colchón de
piedras que están bajo el mar, pero a poca profundidad en las Islas Blancas, en
Bahía Camarones, donde agonizó y falleció.
Río Gallegos, inconsolable, preguntó a la gaviota en dónde
quedaba Bahía Camarones. “En Chubut, venía para acá, a verte”, le respondió y
se fue, empujada por el viento.
Río Gallegos se quedó acongojada, sola, llorando,
sintiéndose tan triste que las leyendas cuentan que nunca más sonrió, pero yo
no me la creo.
Desde entonces, nosotros, los ocupas de esta tierra,
recordamos todos los 19 de diciembre como el cumple de Río Gallegos, pero ella
recuerda esa fecha como la del día que conoció a su primer amor.
ESOS MOMENTOS QUE NUNCA FUERON FOTOS
El día que conocí la enfermedad del Alzheimer, investigué
más sobre ella y noté que sería muy feo caer en sus redes. El hecho de divagar,
ver objetos que no están ahí o sentirme perseguido, no es mi mayor
inconveniente, porque, muchos de nosotros divagamos, vemos cosas que no están
ahí y nos sentimos perseguidos y sin embargo estamos sanitos sanitos. La parte
que me da cuiqui es lo de perder mis recuerdos, que permanezcan aún en mi mente
y no poder alcanzarlos con las manos de la memoria. A la enfermedad la
descubrieron unos quetejedis alemanes en 1906 y sigue amenazando a mis
pesadillas hasta hoy en día y seguro que, ocasionalmente, la de alguno de
ustedes.
Lo que quiero decir es que nadie está exento a padecer esta
enfermedad. Y aquellos que pueden temerle, es mejor dejar cosas por escrito o
fotografías de esos momentos que uno valora para toda la vida, así al menos,
los porvenires conocerán sus raíces.
En mi caso, dejo este testimonio antes de que me ataque “el
alemán”, porque aquellas instantáneas que no existen por falta de una cámara o
por no haberme avivado a tomar una foto, deben quedar inmortalizadas de alguna
manera.
Por ejemplo, quisiera haber tenido una foto de esos días que
con mis amigos jugábamos al baseball en la plaza frente a mi casa. Usábamos uno
de los tachos de basura como indicador de la posición del bateador, el banquito
del extremo norte de la plaza era la primera base, la columna que sostenía la
tapia del vecino la segunda y el banquito del lado sur, la tercera. Un “homerun”
consistía en mandar la pelota de tenis con el bate hecho de lo que sea, a la
casa del vecino, tras la tapia. Los festejos del “homerun” terminaban cuando
había que golpear la puerta del vecino y pedirle si nos devolvía la pelota. Y
si no estaba el vecino, se daba por finalizado el partido, hasta nuevo aviso.
El aviso consistía en un toque de timbre en cadena: yo a él, él a aquel, aquel
a ese otro, ese otro al de más allá… Esa sería una foto digna de estar colgada
en una pared.
O una foto de esas tardes que con esa gran paciencia que
caracterizó una infancia sin mucha tecnología, confeccionábamos kartings hechos
de una tabla grande (lo suficiente para que uno se sentara encima), cruzábamos
una vara de madera gruesa en la parte posterior y la asegurábamos con dos
tornillos grandes. Cruzábamos otra en la parte delantera y le clavábamos un
tornillo en el medio, cosa que pudiera moverse. En los extremos de las varas le
metíamos rulemanes que oficiaban de ruedas y finalmente colocábamos una cuerda
que conectaba el karting con el caño del asiento de una bici. Y así, andando en
ese karting dejábamos que nuestras horas resbalaran por la calle, sin pensar en
nada más que pasar un buen momento. Si tuviera esa foto, ya tendría un par de
lágrimas encima.
Quisiera avanzar en el tiempo y tener una foto de ese pibe
dando su primer beso, pero no es que me importe recordar con quién fue. Quizá
para muchos el primer beso no signifique nada, pero para ese pibe que vive en
medio de los años 90, sí. Aunque sea, una foto tomada entre las ramas de unos
árboles, a lo espía. Y si querés que esté un cacho nublada, bueno, que esté
nublada. Pero quisiera tenerla al menos para recordar cómo era el amor antes de
que se convirtiera en esta pantomima que es hoy.
También quisiera una foto de ese exacto momento en que
después de tres agónicos años de búsqueda, mi esposa me dijo que el test de
embarazo le dio positivo. Nos abrazamos y lloramos y así estuvimos por tres o
cuatro días. La descarga emocional de aquel momento permanece en mi corazón y
en mi piel cada vez que lo rememoro. Y si el alemán se lleva esos recuerdos, no
sé qué será de mí. Porque ese exacto instante será mi explicación cuando mi
hija Antonella me pregunte, el día de mañana, qué es la felicidad. Y cuando
pregunte qué es el amor, mi explicación también será ese momento. Al igual
cuando me pregunte qué es el sacrificio, la fe, la esperanza, la paciencia. En
cada ocasión, siempre será la misma respuesta.
Sólo cuatro ejemplos entre miles. Y por último pero no más
ni menos importante que esos, este exacto momento en que me encuentro
escribiendo esta nota. El exacto momento en que ladeo la cabeza, arrugo el
ceño, cruzo las piernas y jugueteo con mis pies y saco jeta como si quisiera
darle un beso a la pantalla de la compu. Entonces sabré que una vez soñé con
convertirme en escritor y cuando mi hija lea esto o vea las fotos, sabrá que su
padre, ya viejo y quizá vencido por el alemán, hizo lo que más le gustaba: fue
un niño inocente, conoció el primer amor, experimentó lo que era la felicidad y
los resultados de la fe e hizo todo lo posible por cumplir su sueño de
escribir.
¡Click! Sonó el obturador. Quiere decir que algo llegó a su
fin y que debe quedar inmortalizado.
ESOS
COSAS IMPOSIBLES SI LAS HAY...
Cosas imposibles, si las hay.
Volver a meter la pasta dental dentro del tubo. Sin trampas,
no vale abrir el tubo con un cuchillo si después de varios intentos no pudiste
meter la pasta con las manos.
Reciclar tus lágrimas. ¿Para qué querrías guardar las
lágrimas de lo llorado, cuando es mejor guardar la enseñanza que te dejó?
Hacer comprender que en una contienda no hay buenos y malos,
sino puros malos. Nadie, a fin de cuentas, juega el papel del héroe sin
convertirse en villano para lograrlo. Si no me creen, escuchen las plegarias de
ambos bandos antes de ir a la guerra: los dos le rezan a Dios que les den el
triunfo y poder aniquilar al otro.
Hacer que los chicos comprendan antes que lleguen a los 18
que las cosas son para su beneficio y no para meterles piedras en el camino.
Aclaro dos cositas: uno, no hace falta llegar a ser padre para comprender esto.
Dos, cuando uno entiende este concepto, le pone valor a la frase que hemos oído
hasta el cansancio: “Cuando seas grande lo vas a entender”. Sí, ya lo entendí
papá y mamá.
Que yo pueda sumar 38+7+4+1 sin usar los dedos, perderme en
las cuentas mentales y vacilar antes de dar la respuesta, luego de casi treinta
y siete minutos de pensarla. Igualmente, aun teniendo mi respuesta, estaría
equivocado un 80% y el restante 30% sería pura suerte.
Poder saber con real certeza que todas las personas por fin
entendieron las diferencias y usos de “hay”, “ahí” y “ay”. A ver, usted Pablo
Daniel Madero, pase al pizarrón y díganos las diferencias y usos. El morocho se
pone de pie vacilante, mientras se acerca al pizarrón dando pasos cortos, se
gira y mira a sus compañeros y sonríe de forma traviesa, haciéndose el macho
pistola. Entonces, me doy cuenta desde mi banco que el negro esta vez sí la
sabe. “Hay” proviene del verbo haber. “Ahí”, es para señalar un lugar. Y “Ay”,
es exclamación de dolor. La verdad es que Pablito lo logró, dejó a la profe
boquiabierta y a mí orgulloso. Pablo, has recuperado tu mitad del diploma de
egreso de la secundaria, tomá, te lo devuelvo.
Que un prójimo salga adelante y no sentir envidia. La
envidia es un pecado capital. Así que estoy prácticamente seguro que el mismo
Diosito dictó ese mensaje que algunos tienen en sus lunetas: “Que Dios te dé el
doble de lo que deseas”. No hay mejor mensaje que ese. Además, cacho, si
envidiás a alguien, creéme que cuando esa persona, de buena fe, te cuenta algo
bueno que le pasó o logró, se nota de acá a la China tu mirada ardiente de mala
onda.
Que una buena foto no te lleve a un buen recuerdo. Si hay
una foto hay un buen momento. Hay muchas fotos que contienen voces. Las podés
oír cuando la contemplás. Hay una gran diferencia entre mirar y contemplar.
Cuando mirás, solo hacés la acción de llevar tus ojos a una cosa y que tu
cerebro te indique qué es, qué uso tiene, entre otras cosas. Cuando contemplás,
se involucran tus sentimientos y reacciones. Estás hojeando el álbum y de
repente: ¡Sacasonapas! Aparece esa foto. Sí, esa misma que estás pensando. Al
principio la mirás, pero cuando te das cuenta que no sos capaz de pasar la
página, entonces comienza a funcionar la contemplación. La contemplás. El
cerebro te recuerda lo que significa para vos, que tus ojos se llenen de lágrimas
o que esboces esas amplias sonrisas que solo la nostalgia nos hace producir.
Tener al menos cinco amigos posta. Hay una gran diferencia
entre un amigo posta y un amigo propiamente dicho. El amigo propiamente dicho
es aquel que te dice lo que querés escuchar y no piensa en los sentimientos del
otro ni en lo que debe ser correcto aconsejar. Si una mina dejó a tu amigo, no
respondés que las minas van y vienen; que esa misma noche van a salir de
borrachera y levante; no le pagás de tu billetera los servicios de una muchacha
por una noche; no minimizás el dolor o la pena que pueda sentir. Un amigo a
veces lo único que busca es que lo escuchen. Hacer catarsis. Esa es la tarea
del amigo posta: escuchar y dar su valoración real. Macho, si estás triste,
tomate el tiempo que necesites. Querés estar miserable unos días, bueno, dale
gas. Pero tenés que entender que la vida no se frena hasta que vos quieras, va
a seguir transcurriendo. Esos son los consejos que te da un amigo posta. Muchas
veces, casi un 95%, el consejo de un amigo posta le duele al otro, pero de eso
se trata la amistad. Yo la comparo con la metamorfosis de una mariposa. Ella
sacrifica su corta vida de mariposa para mostrarte lo bella que es la
naturaleza. El amigo posta sacrifica tu amistad para mostrarte el camino.
Que un padre entienda la diferencia entre ser padre y amigo.
No se puede ser amigo de tus hijos, porque él ya tiene amigos, pero necesita un
solo padre. Ese sos vos. Los chicos pasan por muchas etapas y hay varias en las
que no te quieren ver ni en figurita. Tu laburo de padre es mostrarle que no te
ve pero que estás ahí, clavándole la mirada desde cerca, escondido, como un
camaleón dispuesto a transmutarse en un león sanguinario si se manda una. Tu
laburo como padre es enseñarle a caminar para que pueda correr solo. El padre
moldea a su hijo, el amigo es solo el molde de otro padre.
Que yo pueda, por fin, terminar esta nota, así pueden pasar
a la página 16.
Cosas imposibles, si las hay…
28 AÑITOS DE AUTOHUMILLACIÓN
Perdón si parezco egocéntrico, pero hoy quiero hablar de mí.
Es que, y perdón mis cachetes colorados, el jueves 15 cumplí añitos. 28 años…
un bebé. 28 tirones en las orejas. Sanguchitos de miga, chizitos, papitas,
palitos, maníes, una torta hecha por mi esposa con la cara de “Jake el Perro”,
de “Hora de Aventura”, algunos regalitos y gaseosas. Pero me negaron los
gorritos de cartón con algún dibujo infantil y el pelotero, porque soy adulto…
¡Porque soy adulto, dijeron! ¿De dónde sacaron ese argumento tan débil? Eso es
discriminación. Así que, mañana (porque hoy es feriado)a primera hora, me voy a
plantar en la Secretaría de la Niñez y Adolescencia a quejarme, porque lo que
llevo dentro no es el niño, sino el adulto. Aquel que dejó encarcelado a su
niño dentro (¿Dentro de dónde?) es un desagradecido. Yo soy todo niño.
Pero hoy, no quiero hablar de eso ni de los logros que yo
pueda haber tenido en estos 28 años, ni de recuerdos sobre aquel niño que daba
pasitos hacia una buena niñez ni mucho menos sobre si era o no aplicado. Quiero
hablar de una de mis mayores y mejores cualidades que me acompañó desde pibito
y sigue hasta hoy día: la autohumillación.
Ese que a los ocho años fue invitado a festejar el
cumpleaños del cura de la iglesia del barrio, soy yo. Me ves yendo con la
familia de mi mejor amigo y al llegar al quinchito de la iglesia donde se
estaba celebrando el cumple, donde todos tienen colgados los rosarios (y yo
no), donde todos saben más de cinco oraciones religiosas (y yo no), donde
ninguno toma Coca Cola porque es corrosiva para la salud (pero yo sí), viví esa
posición incómoda donde todos se giran para mirarte y yo entro a buscar un
salvavidas. Pero claro, es pleno invierno, cacho, ¿dónde voy a encontrar un
salvavidas en pleno invierno? ¿O acaso nunca viste ”Beiguach”? Ahí, todos andan
con sus torsos desnudos. En el tornillo que hacía esa noche, ni a palos alguien
te iba a tirar un salvavidas. Además de todo eso, llegamos tarde y me tocó esa
vergonzosa situación de saludar con un besito de niño a todos y cada uno de los
vegetes que estaban sentados. Y como si todo eso fuera poco, a ese niño que soy
yo, no le quedó otro lugar más que al lado del cumpleañero, que me junó de
soslayo y me preguntó si alguna vez me vio en una de sus misas. Yo le respondí:
“No, su Santidad, mi mamá me lleva a la otra iglesia que está más cerquita de
mi casa”. La respuesta no le gustó, no sé si por lo de la iglesia o por lo de
Santidad.
Me quedé sentadito, en
silencio a su lado y junté las manitos entre las rodillas. La mamá de mi
amiguito me dijo que hacía calor y yo que pensaba que eran los nervios de la
vergüenza. Me saqué la campera y sentado como estaba, la quise poner en el
respaldo de mi silla. Entonces, como en cámara lenta, ves que la manga de la
campera viaja en el espacio sahumeriado del salón y le da un toquecito al vaso
con vino del curita, éste pierde su estabilidad, se inclina, la gravedad se
ensaña con él y cae a la mesa, manchando el mantel, ensuciando la comida y
salpicando la ropa del cura. Desde entonces, te alejás de los curas, los vasos
de vino y si hace calor te la aguantás y no te sacás la campera ni mamado. La
verdad, no sé cómo sobreviví a esa situación.
Pero el problema con la autohumillación no radica en mí. De
última, llevo en este negocio ya 28 años. Hoy me preocupan mis porvenires. Mi
hija. Porque el siguiente caso de autohumillación que les contaré, lo veo
reflejado en ella.
Desde chiquito nomás pude experimentar lo que se sentía ser
rechazado en los cumpleaños, cosa que hoy me da risa, pero allá atrás, a
mediados de los noventa, no. Recuerdo aquel cumple de mi vecino Ramiro, que
vivía casi al frente de casa. Yo habré tenido ocho o nueve años. Estábamos en
su garaje, festejando. Ya del comienzo, le entré a dar a las papitas y chizitos
(que se vendían sueltos por kilo, no en paquetes, como ahora). Pasaban los
minutos y Luisito le seguía dando duro y parejo, mientras los demás pibitos
jetoneaban, se tiraban con la comida y yo sufría al verlo.
De fondo seguramente había una canción infantil, pero nunca
pude desarrollar la habilidad de comer y pensar en otra cosa al mismo tiempo.
Hasta que finalmente llegó el momento que estaba esperando:
el plato principal. Panchos. ¡PANCHOS, SEÑORES! Entonces, mientras la mamá del
cumpleañero colocaba la gran olla sobre una tabla de madera con el vapor
emergiendo de su redondeada boca y veía flotar las salchichas dentro, yo me
aferraba al rosario que ahora sí usaba y me temblaba la quijada. “Gracias
Diosito por dejar que alguien haga estas ricuras con carne de rata, comadreja o
lo que sea”.
Las manos no dejaban de sudarme, la respiración se aceleraba
y las patas me temblaban. Estaba todo dispuesto. Era un autoservicio y antes de
que alguno dijera ni “mu”, ya iba por el quinto pancho. El contador de
porciones marcaba hasta diez y ya lo había pasado.
Más tarde, llegaba ese lamentable momento en que la mamá del
cumpleañero mandaba a todos a mudar a la placita del frente. Todos salían
corriendo como salvajes, pero yo me quedaba en el medio de la calle, mirando
hacia dentro. Hacia los panchos. ¡HACIA LOS SOLITARIOS PANCHOS!
“Juguemos a la escondida”, dijeron y me llamaban a los
gritos. En la plaza había miles de lugares para esconderse, pero yo elegí un
lugar único: el centro de la plaza.
“…dieciocho, diecinueve, veinte. El que no se escondió, se
embromó”. El buscador, se giraba y tenía a simple vista a ese gordito que se
autohumillaba solito, sin esfuerzo. Debió haber pensado que no me esmeré mucho
en encontrar un escondite. “¡Piedra Libre al Luis!” decía. “¡Uh, me
encontraste, qué pena!” Y ahí nomás, descalificado, pegaba la vuelta, corría
hacia el garaje y me reencontraba con mis amigos, los “Franciscos”.
Exactamente al año siguiente, desde mi pieza sentí música
infantil, risas de niños y olor a Pancho. Salí a la vereda y vi cada una de las
caras que había visto en el cumpleaños pasado, pero no la mía. “Jesucristo”,
exclamé. “Yo y mi debilidad por los Panchos”.
¿El Registro Civil aceptará como nombre Pancho, Pancho
Ferrarassi?
Después de tantos cumpleaños, a los 28, sigo en la misma
huella. Soy aquel capaz de comer sanguchitos de miga, panchos, facturas, tomar
Coca y mate, todo al mismo tiempo. Un fenómeno de circo. Pero los actos de
humillación, creo que finalmente y gracias a Dios, ya son parte del pasado.
Uh, perdón queridos lectores, ahí vienen a cantarme el
cumpleaños feliz, los dejo un momento.
“… que los cumplas, Luisito, que los cumplas feliz”.
Aplaudo, pido tres deseos (no los digo, sino no se cumplen) y apago las velitas.
Aplaudo de nuevo y le pego a un vaso que está a mi lado. Mojé a un invitado. La
historia se repite, pero esta vez, estoy preparado.
“No te hagás drama que el vino sale fácil. Tenés el método
del agua mineral y la sal gruesa. Es así, anotá…”
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