viernes, 15 de junio de 2018

CARAS, PERSONAS, SIGNOS Y CUALIDADES



Ese de ahí tiene cara de Ramón.
Y cuando mirás bien al observado, te das cuenta que es flacucho, medio chupado de los cachetes, arrugado y con bigote. Te das cuenta que le falta un gorrito a lo Piluso y que amague con encajarte un soplamoco exclamando: “Y no te doy otra nomás porque…” y sí, sería igualito a Don Ramón, el vecino del Chavo del Ocho.
No sé por qué, pero si veo a un hombre así, pienso que se llama Ramón. Ya está catalogado.
¿Martín? Martín tiene onda de leonino. Sino mirá: acapara las fiestas, él bromea, pero no le gusta que lo bromeen, da órdenes y hace muy poco, ocupa la punta de la mesa, es el único autorizado para rajarse un eructo y que su concurrencia lo aplauda…
“Hola Tincho, vos sos de Leo, ¿no?”
“¿Yo? No. De Libra”.
¡Cuak!
A veces nos pasa eso, ¿no? Catalogar a alguien por su nombre o su signo del zodíaco.
¿Seré yo el único o acaso todos tuvimos una seño de Pre Jardín llamada Karina, luego en sala de cinco a una llamada Graciela, una maestra de grado llamada Ana y otra Susana? ¿Será a propósito que cataloguen a las Jennifer, Britney, Jessica, Steffany como las “top model” de la escuela? ¿O que los machos pistolas de un grupo siempre sean los Brad o Jason?
¿Acaso fui el único que vio a esas o esos que buscan similitudes entre las personas, partiendo del signo zodiacal?
“Yo soy de Tauro”.
“Nah, jodeme, ¿en serio? La hermana de mi vecina tiene una prima que su hermano tiene un amigo de su tío que es de Tauro…”
¡...!
¿Seré yo nomás o vos también cuando escuchás que un nene de dos años se llama Alberto decís que tiene nombre de adulto? ¿O cuando un adulto se llama Pablo, decís que tiene nombre de pendex? ¿Seré yo nomás o cuando conocés a un niño recontrasuper tranquilo llamado Jacinto, sos capaz de meterle ese nombre al tuyo, como si fuera una invocación del Dios Jacinto de los Recontrasuper Tranquilos?
Espero no ser el único que vivó algo como esto: En una charla te chusmearon el comportamiento que tenés y te dicen que después de observarte largo y tendido sos un típico Luis.
¡Plop!
Cordobés chamuyero, Tucumano choro, porteño agrandado, santiagueño dormilón... ¿Hace falta seguir?
¿Esa de allá? ¿La empleada doméstica de una casa yanqui? Esa deber llamarse María y además de ser empleada, habla con los espíritus, pero ese servicio no se los cobra a sus patroncitos. ¿Y el mayordomo, aquel? Debe llamarse Jaime o Perkins. Uno de los dos. Si no se llama así, pues entonces, amigo mío, estás siendo víctima de un fraude.
¡Qué niño tan bueno! Le pongamos Roberto, como su abuelo. ¡Qué culpa tiene el niño… o Roberto! En el traspaso de un nombre no va el carácter.
¿Esos que están ocultos allá atrás, que la luz apenas los ilumina, que alzan la cabeza y se ponen de puntitas de pie para ver lo que pasa acá delante y ver si alguien los tiene en cuenta? Bueno, claramente esos son aquellos que alguna vez soñamos con convertirnos en médicos, abogados, bomberos, arquitectos, arqueólogos, veterinarios, militares, policías, paleontólogos. Los de más adelante, que están sentaditos en la primera fila, que tienen amplias sonrisas, brillitos en la cara, vestimentas que no se entienden y dueños de todos los aplausos y cuanto programita barato de tele haya, son los nuevos soñadores: cantantes y bailarines. Aunque sean profesiones digas, siempre y cuando se tomen profesionalmente, esos son los límites de los sueños de las nuevas generaciones.
¿Cuál es esa necesidad que tenemos de encajarle un rótulo a alguien?
Yo soy de los que les gusta leer un buen libro que me proponga un viaje único, ver una buena película con un argumento sólido y no comprarla por los efectitos especiales, de los que aman la compañía de un café fuertecito y escuchar heavy metal, de los que son gustosos de la vida sedentaria, que no les importa el peso, la estatura, las canas o la calvicie y se sienten acompañados por la soledad. ¿A qué nombre tengo cara, de qué signo soy? ¿Me llamo igual que mi papá, me llamo igual que un tío, tengo nombre de mayordomo? ¿Soy cordobés por haberles chamuyado todo esto?
Siendo chico soñé con ser escritor y policía y acá estoy: lo cumplí. ¿Acaso tenía cara de eso?
Respuestas al correo: luisferrarassi@gmail.com. Las mejores respuestas, se llevan de premio un suplemento de Horóscopo Chino, el último libro de Horangel... A ver si les sirve para arrancar o una fotito en La Vidriera.
Hay quienes, a pesar de esto, seguirán sujetos a juzgar todo por las caras, las personas, signos y casualidades.
¿Críticos? ¿Analistas? ¿Filósofos? ¿Opinólogos recibidos en la Universidad Internacional Wikipedia?

Mmmmhh... No, yo no les veo cara de eso.

PREGUNTAS RETÓRICAS QUE YA NO LO SON



Tarde o temprano, siempre aparece un ñato que te repite esa pregunta. Y lo primero que se te viene a la cabeza es que, si sacan el tema, es que algún "sin-ideas de Jólibud" salió con otra película sobre el fin del mundo. ¿Efectos especiales?: Muchisisisimos. ¿Argumento?: A medio pelo. ¿Casting?: actor lindo, actriz linda y uno que hace de bufón. ¿Final?: Todos estaban a punto de morir y cuando pensás que va a estar piola que por fin se acabe todo, el chico lindo salva el mundo, se besa con la chica linda y el bufón hace el chiste final. Fundido en negro. Créditos. Fin de la película. Crítica: ¡Excelentes efectos especiales! Sí, todo joya, pero ¿y el argumento? Llevate los pochoclos que te sobraron y tratá de no contar el final a los que están esperando para entrar.
Y esa pregunta retórica es: "¿Qué harías si te enteraras que hoy es el último día del mundo?"
Esa es la pregunta que alguna vez un iluminado se habrá hecho para que fuese retórica, no para que alguien la responda. Pasa lo mismo con la de las cebras, si son blancas con rayas negras o negras con rayas blancas. A ver, macho, nadie te dijo que te fueras al África a consultarle a una cebrita si de casualidad era blanca o negra. La pregunta era retórica. Además, a ningún negro le gusta que le pregunten eso y a los blancos tampoco. Y no vale esa tonta observación de que es negra porque es de África. Tarzán, “Rey de la Selva” africana era blanco.
Otra pregunta retórica es la del huevo o la gallina. ¿Quién vino primero? Tampoco quiere decir que vayas a un gallinero a investigar. Y tampoco propone el mensaje subliminal de que las gallinas son mamíferos. Nadie te está pidiendo que montes guardia al lado de una gallina, soportar el aroma y pispear en el momento del parto y ver qué sale. Era retórica, amigo.
Al igual que la pregunta del fin del mundo (que quizá ustedes estén esperando que responda de una vez por todas), tu vieja te hizo la pregunta retórica por excelencia: “Si Juancito se tira a un pozo, ¿vos igual te vas a tirar a un pozo?”
Los Juancitos que estén leyendo esto, no sientan que su nombre es corriente, es que siempre son ejemplo en todo. Aunque, cabe destacar que cuando una madre se enoja, todas sus preguntas son retóricas. Ejemplos: “¿Sos o te haces?” Es retórica y si acaso se te ocurre responder, cuidá tus palabras o podrán ser usadas en tu contra. “¿Acaso me viste cara de tonta?” ¡Por Dios y todos los ángeles del Edén, si querés seguir teniendo la dicha de descubrir lo maravilloso de la vida, no respondás, también es una pregunta retórica! “¿Cien pesos querés? ¿Qué, soy un banco yo?” No digás “sí”, no digás “mantenerme es tu trabajo” no digás “y entonces para qué me tuviste”, no digas “nunca” ni “siempre”. Al menos que quieras seguir disfrutando cada tanto de los préstamos que te brinde “el banco”. Bueno, no hay respuesta a la del pozo. No te atrevas a decir alguna, a inventarla para hacerte el macho pistola, porque el soplamoco que te van a dar (o deberían darte), no va a ser retórico, créeme... te lo digo yo, por experiencia.
Aquel que leyó a Shakespeare o que vio alguna de las adaptaciones de “Hamlet”, podrá recordar que, calavera en mano, él se hizo una de las preguntas retóricas más famosas: “Ser o no ser”. Pero esta no es una pregunta retórica cuando te la hacés a vos mismo en esos momentos en que te sentís vulnerable o te carcome una crisis. “Si se quiere se puede”, es la respuesta a la pregunta interior de “Ser o no ser”. Cantásela a Hamlet, a ver si le sirve y le ayuda en su dilema.
“Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie cerca, ¿hace ruido?” Esta es una pregunta retórica de miles de años, que sirve para despejar la mente y concentrarse. Se la hizo Lisa Simpson a su hermano Bart cuando él se entrenaba para jugar al Mini Golf. Aunque fuera retórica, Bart le encontró respuesta. Dijo: “Por supuesto... yiiiiiiihh... ¡Crash!” Sin embargo, no puede existir el sonido si no hay nadie que lo escuche.
Y en cuanto a la pregunta de rigor, comparto lo que dijo sobre el tema San Carlos Borromeo: “Si me anoticiaran que mañana mismo se acaba el mundo, yo seguiría jugando mi partida de ajedrez”. Es una manera respetuosa de decir que le importa tres pedos el fin del mundo. Porque, seamos sinceros, hagas lo que hagas, no podrás cambiar absolutamente nada, ni tu destino ni el de la Tierra.
Así que ya sabés, sé obediente, no averigüés más de lo necesario y cuando te pregunten sobre qué harías si fuera este el último día del mundo, decile que hoy no estás seguro, que venga mañana y repita la pregunta.
Creéme que si al día siguiente sale el sol como si nada, no te la volverá a hacer y la película premonitoria, habrá fracasado… otra vez.

RÍO GALLEGOS Y SU PRIMER AMOR



Río Gallegos tiene muchos amigos. He conocido a varios de esos amigos y de otros he escuchado sus historias y mientras pude, le he rendido homenaje a alguno de ellos: al Comandante Viento, al Dr. Invierno, a Inmensidad de Dios alias “la turbia” (o sea, la ría). He mencionado muchas veces a Quique, Maceta, la Trifona, Gamito y otros personajes más que fueron y son íntimos amigos de Río Gallegos, así como el amor de su vida: Walter Roil*.

Pero me estaba quedando algo fuera del tintero: hablar de otro de sus amigos, el Villarino. Si bien los antepasados de Río Gallegos son los tehuelches, genuinos “nycs**”, reales dueños de este territorio, uno de sus primeros amigos fue el Vapor Villarino. Hay quienes dicen que Río Gallegos y Villarino tuvieron un fugaz encuentro amoroso.

Interesado sobre esa parte de la historia, le fui de cara a la ciudad y le consulté si era posta eso y habiéndosele puesto los cachetes colorados, me contó la historia.

El 19 de diciembre de 1885, apareció por la puerta de ingreso a la “turbia”, entre el Cabo Buen Tiempo y donde está Punta Loyola, el muchacho este, Villarino. Nombre completo: ARA Vapor Villarino. Primer buque de guerra de la Armada Argentina. Estaba siendo conducido por un Capitán de nombre Federico Spurr y venía trayendo sobre sus hombros los materiales para construir una base de la Subprefectura Naval y algunos ñatos que la construirían y serían los primeros en vivir acá.

Cuando se vieron, Río Gallegos, interesada, le preguntó que hacía tan al sur y Villarino le dijo que la idea era "Ejercer dominio permanente, directo y categórico sobre el extremo continental del país, en el marco de la defensa de la Soberanía"... o eso había escuchado. Entonces, a Río Gallegos le pareció patriota y bien guapo.

Le contó también que había sido concebido en Inglaterra pero por orden de Avellaneda y Roca. Como si hubiera nacido en un hospital extranjero pero con médicos argentinos. La idea era que se pusiera bien en forma, que se ejercitara para que fuera duro como una piedra y pudiera cargar en sus hombros a todo un batallón de infantería con armamento incluido. Y que la idea era hacer efectiva la soberanía argentina en la Patagonia.

Pasearon por la pequeña localidad, entre el frío, el barro, el vuelo de las gaviotas, se tomaron de las manos y charlaron de bueyes perdidos.

Cuando agarraron un cacho de confianza, Villarino le contó un poco de su pasado, las partes lindas y las partes feas.

“Yo fui a buscar los restos de San Martín a Francia. En mayo de 1880, ya estaba de nuevo en Buenos Aires con el cuerpo, un monumento y los políticos que habían ido para allá”, dijo. “Y durante la Revolución de ese año bombardeé Retiro”. Bajó la mirada, dolido por ese episodio. “Maté varios y herí otros cuantos, entre las milicias rebeldes y la población civil. Y también causé daños en numerosas viviendas y comercios”.

A Río Gallegos le pareció muy pretenciosa su historia, muy “jolibudense”, como si quisiera impresionarla. Ella le contaba sobre el vuelo de las gaviotas, la dura vida de los tehuelches y su modo de vida, el soplo del viento y el intenso frío que hacía todo el tiempo y este “quetejedi” le salía con aventuras, viajes a Francia, el traslado del cuerpo de San Martín y haber matado y herido a gente durante una Revolución. ¡Quién se la creía a esa historia!

Lo cortó por lo sano, le dijo que a ella no le gustaban los mentirosos y agrandados, que ella buscaba más la figura de un hombre cálido, que la mimara y que le contara historias lindas (cuyas características las encontró en Roil).

Finalmente, Villarino se tomó el buque (valga la redundancia), dándole la espalda a la dulce muchacha que nunca más volvió a ver.

Años más tarde, siendo nada más que una dulce adolescente alegre, se enteró que Villarino, a sus 19 años de vida, había muerto. El corazón le dio un vuelco y tuvo que sentarse para no desmayarse. Una de las gaviotas escuchó de otra que el 16 de marzo de ese año (1899), mientras efectuaba su viaje número 101, Villarino fue arrojado sobre un colchón de piedras que están bajo el mar, pero a poca profundidad en las Islas Blancas, en Bahía Camarones, donde agonizó y falleció.

Río Gallegos, inconsolable, preguntó a la gaviota en dónde quedaba Bahía Camarones. “En Chubut, venía para acá, a verte”, le respondió y se fue, empujada por el viento.

Río Gallegos se quedó acongojada, sola, llorando, sintiéndose tan triste que las leyendas cuentan que nunca más sonrió, pero yo no me la creo.

Desde entonces, nosotros, los ocupas de esta tierra, recordamos todos los 19 de diciembre como el cumple de Río Gallegos, pero ella recuerda esa fecha como la del día que conoció a su primer amor.

ESOS MOMENTOS QUE NUNCA FUERON FOTOS



El día que conocí la enfermedad del Alzheimer, investigué más sobre ella y noté que sería muy feo caer en sus redes. El hecho de divagar, ver objetos que no están ahí o sentirme perseguido, no es mi mayor inconveniente, porque, muchos de nosotros divagamos, vemos cosas que no están ahí y nos sentimos perseguidos y sin embargo estamos sanitos sanitos. La parte que me da cuiqui es lo de perder mis recuerdos, que permanezcan aún en mi mente y no poder alcanzarlos con las manos de la memoria. A la enfermedad la descubrieron unos quetejedis alemanes en 1906 y sigue amenazando a mis pesadillas hasta hoy en día y seguro que, ocasionalmente, la de alguno de ustedes.

Lo que quiero decir es que nadie está exento a padecer esta enfermedad. Y aquellos que pueden temerle, es mejor dejar cosas por escrito o fotografías de esos momentos que uno valora para toda la vida, así al menos, los porvenires conocerán sus raíces.

En mi caso, dejo este testimonio antes de que me ataque “el alemán”, porque aquellas instantáneas que no existen por falta de una cámara o por no haberme avivado a tomar una foto, deben quedar inmortalizadas de alguna manera.

Por ejemplo, quisiera haber tenido una foto de esos días que con mis amigos jugábamos al baseball en la plaza frente a mi casa. Usábamos uno de los tachos de basura como indicador de la posición del bateador, el banquito del extremo norte de la plaza era la primera base, la columna que sostenía la tapia del vecino la segunda y el banquito del lado sur, la tercera. Un “homerun” consistía en mandar la pelota de tenis con el bate hecho de lo que sea, a la casa del vecino, tras la tapia. Los festejos del “homerun” terminaban cuando había que golpear la puerta del vecino y pedirle si nos devolvía la pelota. Y si no estaba el vecino, se daba por finalizado el partido, hasta nuevo aviso. El aviso consistía en un toque de timbre en cadena: yo a él, él a aquel, aquel a ese otro, ese otro al de más allá… Esa sería una foto digna de estar colgada en una pared.

O una foto de esas tardes que con esa gran paciencia que caracterizó una infancia sin mucha tecnología, confeccionábamos kartings hechos de una tabla grande (lo suficiente para que uno se sentara encima), cruzábamos una vara de madera gruesa en la parte posterior y la asegurábamos con dos tornillos grandes. Cruzábamos otra en la parte delantera y le clavábamos un tornillo en el medio, cosa que pudiera moverse. En los extremos de las varas le metíamos rulemanes que oficiaban de ruedas y finalmente colocábamos una cuerda que conectaba el karting con el caño del asiento de una bici. Y así, andando en ese karting dejábamos que nuestras horas resbalaran por la calle, sin pensar en nada más que pasar un buen momento. Si tuviera esa foto, ya tendría un par de lágrimas encima.

Quisiera avanzar en el tiempo y tener una foto de ese pibe dando su primer beso, pero no es que me importe recordar con quién fue. Quizá para muchos el primer beso no signifique nada, pero para ese pibe que vive en medio de los años 90, sí. Aunque sea, una foto tomada entre las ramas de unos árboles, a lo espía. Y si querés que esté un cacho nublada, bueno, que esté nublada. Pero quisiera tenerla al menos para recordar cómo era el amor antes de que se convirtiera en esta pantomima que es hoy.

También quisiera una foto de ese exacto momento en que después de tres agónicos años de búsqueda, mi esposa me dijo que el test de embarazo le dio positivo. Nos abrazamos y lloramos y así estuvimos por tres o cuatro días. La descarga emocional de aquel momento permanece en mi corazón y en mi piel cada vez que lo rememoro. Y si el alemán se lleva esos recuerdos, no sé qué será de mí. Porque ese exacto instante será mi explicación cuando mi hija Antonella me pregunte, el día de mañana, qué es la felicidad. Y cuando pregunte qué es el amor, mi explicación también será ese momento. Al igual cuando me pregunte qué es el sacrificio, la fe, la esperanza, la paciencia. En cada ocasión, siempre será la misma respuesta.

Sólo cuatro ejemplos entre miles. Y por último pero no más ni menos importante que esos, este exacto momento en que me encuentro escribiendo esta nota. El exacto momento en que ladeo la cabeza, arrugo el ceño, cruzo las piernas y jugueteo con mis pies y saco jeta como si quisiera darle un beso a la pantalla de la compu. Entonces sabré que una vez soñé con convertirme en escritor y cuando mi hija lea esto o vea las fotos, sabrá que su padre, ya viejo y quizá vencido por el alemán, hizo lo que más le gustaba: fue un niño inocente, conoció el primer amor, experimentó lo que era la felicidad y los resultados de la fe e hizo todo lo posible por cumplir su sueño de escribir.

¡Click! Sonó el obturador. Quiere decir que algo llegó a su fin y que debe quedar inmortalizado.
ESOS

COSAS IMPOSIBLES SI LAS HAY...



Cosas imposibles, si las hay.
Volver a meter la pasta dental dentro del tubo. Sin trampas, no vale abrir el tubo con un cuchillo si después de varios intentos no pudiste meter la pasta con las manos.
Reciclar tus lágrimas. ¿Para qué querrías guardar las lágrimas de lo llorado, cuando es mejor guardar la enseñanza que te dejó?
Hacer comprender que en una contienda no hay buenos y malos, sino puros malos. Nadie, a fin de cuentas, juega el papel del héroe sin convertirse en villano para lograrlo. Si no me creen, escuchen las plegarias de ambos bandos antes de ir a la guerra: los dos le rezan a Dios que les den el triunfo y poder aniquilar al otro.
Hacer que los chicos comprendan antes que lleguen a los 18 que las cosas son para su beneficio y no para meterles piedras en el camino. Aclaro dos cositas: uno, no hace falta llegar a ser padre para comprender esto. Dos, cuando uno entiende este concepto, le pone valor a la frase que hemos oído hasta el cansancio: “Cuando seas grande lo vas a entender”. Sí, ya lo entendí papá y mamá.
Que yo pueda sumar 38+7+4+1 sin usar los dedos, perderme en las cuentas mentales y vacilar antes de dar la respuesta, luego de casi treinta y siete minutos de pensarla. Igualmente, aun teniendo mi respuesta, estaría equivocado un 80% y el restante 30% sería pura suerte.
Poder saber con real certeza que todas las personas por fin entendieron las diferencias y usos de “hay”, “ahí” y “ay”. A ver, usted Pablo Daniel Madero, pase al pizarrón y díganos las diferencias y usos. El morocho se pone de pie vacilante, mientras se acerca al pizarrón dando pasos cortos, se gira y mira a sus compañeros y sonríe de forma traviesa, haciéndose el macho pistola. Entonces, me doy cuenta desde mi banco que el negro esta vez sí la sabe. “Hay” proviene del verbo haber. “Ahí”, es para señalar un lugar. Y “Ay”, es exclamación de dolor. La verdad es que Pablito lo logró, dejó a la profe boquiabierta y a mí orgulloso. Pablo, has recuperado tu mitad del diploma de egreso de la secundaria, tomá, te lo devuelvo.
Que un prójimo salga adelante y no sentir envidia. La envidia es un pecado capital. Así que estoy prácticamente seguro que el mismo Diosito dictó ese mensaje que algunos tienen en sus lunetas: “Que Dios te dé el doble de lo que deseas”. No hay mejor mensaje que ese. Además, cacho, si envidiás a alguien, creéme que cuando esa persona, de buena fe, te cuenta algo bueno que le pasó o logró, se nota de acá a la China tu mirada ardiente de mala onda.
Que una buena foto no te lleve a un buen recuerdo. Si hay una foto hay un buen momento. Hay muchas fotos que contienen voces. Las podés oír cuando la contemplás. Hay una gran diferencia entre mirar y contemplar. Cuando mirás, solo hacés la acción de llevar tus ojos a una cosa y que tu cerebro te indique qué es, qué uso tiene, entre otras cosas. Cuando contemplás, se involucran tus sentimientos y reacciones. Estás hojeando el álbum y de repente: ¡Sacasonapas! Aparece esa foto. Sí, esa misma que estás pensando. Al principio la mirás, pero cuando te das cuenta que no sos capaz de pasar la página, entonces comienza a funcionar la contemplación. La contemplás. El cerebro te recuerda lo que significa para vos, que tus ojos se llenen de lágrimas o que esboces esas amplias sonrisas que solo la nostalgia nos hace producir.
Tener al menos cinco amigos posta. Hay una gran diferencia entre un amigo posta y un amigo propiamente dicho. El amigo propiamente dicho es aquel que te dice lo que querés escuchar y no piensa en los sentimientos del otro ni en lo que debe ser correcto aconsejar. Si una mina dejó a tu amigo, no respondés que las minas van y vienen; que esa misma noche van a salir de borrachera y levante; no le pagás de tu billetera los servicios de una muchacha por una noche; no minimizás el dolor o la pena que pueda sentir. Un amigo a veces lo único que busca es que lo escuchen. Hacer catarsis. Esa es la tarea del amigo posta: escuchar y dar su valoración real. Macho, si estás triste, tomate el tiempo que necesites. Querés estar miserable unos días, bueno, dale gas. Pero tenés que entender que la vida no se frena hasta que vos quieras, va a seguir transcurriendo. Esos son los consejos que te da un amigo posta. Muchas veces, casi un 95%, el consejo de un amigo posta le duele al otro, pero de eso se trata la amistad. Yo la comparo con la metamorfosis de una mariposa. Ella sacrifica su corta vida de mariposa para mostrarte lo bella que es la naturaleza. El amigo posta sacrifica tu amistad para mostrarte el camino.
Que un padre entienda la diferencia entre ser padre y amigo. No se puede ser amigo de tus hijos, porque él ya tiene amigos, pero necesita un solo padre. Ese sos vos. Los chicos pasan por muchas etapas y hay varias en las que no te quieren ver ni en figurita. Tu laburo de padre es mostrarle que no te ve pero que estás ahí, clavándole la mirada desde cerca, escondido, como un camaleón dispuesto a transmutarse en un león sanguinario si se manda una. Tu laburo como padre es enseñarle a caminar para que pueda correr solo. El padre moldea a su hijo, el amigo es solo el molde de otro padre.
Que yo pueda, por fin, terminar esta nota, así pueden pasar a la página 16.
Cosas imposibles, si las hay…

28 AÑITOS DE AUTOHUMILLACIÓN



Perdón si parezco egocéntrico, pero hoy quiero hablar de mí. Es que, y perdón mis cachetes colorados, el jueves 15 cumplí añitos. 28 años… un bebé. 28 tirones en las orejas. Sanguchitos de miga, chizitos, papitas, palitos, maníes, una torta hecha por mi esposa con la cara de “Jake el Perro”, de “Hora de Aventura”, algunos regalitos y gaseosas. Pero me negaron los gorritos de cartón con algún dibujo infantil y el pelotero, porque soy adulto… ¡Porque soy adulto, dijeron! ¿De dónde sacaron ese argumento tan débil? Eso es discriminación. Así que, mañana (porque hoy es feriado)a primera hora, me voy a plantar en la Secretaría de la Niñez y Adolescencia a quejarme, porque lo que llevo dentro no es el niño, sino el adulto. Aquel que dejó encarcelado a su niño dentro (¿Dentro de dónde?) es un desagradecido. Yo soy todo niño.
Pero hoy, no quiero hablar de eso ni de los logros que yo pueda haber tenido en estos 28 años, ni de recuerdos sobre aquel niño que daba pasitos hacia una buena niñez ni mucho menos sobre si era o no aplicado. Quiero hablar de una de mis mayores y mejores cualidades que me acompañó desde pibito y sigue hasta hoy día: la autohumillación.
Ese que a los ocho años fue invitado a festejar el cumpleaños del cura de la iglesia del barrio, soy yo. Me ves yendo con la familia de mi mejor amigo y al llegar al quinchito de la iglesia donde se estaba celebrando el cumple, donde todos tienen colgados los rosarios (y yo no), donde todos saben más de cinco oraciones religiosas (y yo no), donde ninguno toma Coca Cola porque es corrosiva para la salud (pero yo sí), viví esa posición incómoda donde todos se giran para mirarte y yo entro a buscar un salvavidas. Pero claro, es pleno invierno, cacho, ¿dónde voy a encontrar un salvavidas en pleno invierno? ¿O acaso nunca viste ”Beiguach”? Ahí, todos andan con sus torsos desnudos. En el tornillo que hacía esa noche, ni a palos alguien te iba a tirar un salvavidas. Además de todo eso, llegamos tarde y me tocó esa vergonzosa situación de saludar con un besito de niño a todos y cada uno de los vegetes que estaban sentados. Y como si todo eso fuera poco, a ese niño que soy yo, no le quedó otro lugar más que al lado del cumpleañero, que me junó de soslayo y me preguntó si alguna vez me vio en una de sus misas. Yo le respondí: “No, su Santidad, mi mamá me lleva a la otra iglesia que está más cerquita de mi casa”. La respuesta no le gustó, no sé si por lo de la iglesia o por lo de Santidad.
Me quedé sentadito, en  silencio a su lado y junté las manitos entre las rodillas. La mamá de mi amiguito me dijo que hacía calor y yo que pensaba que eran los nervios de la vergüenza. Me saqué la campera y sentado como estaba, la quise poner en el respaldo de mi silla. Entonces, como en cámara lenta, ves que la manga de la campera viaja en el espacio sahumeriado del salón y le da un toquecito al vaso con vino del curita, éste pierde su estabilidad, se inclina, la gravedad se ensaña con él y cae a la mesa, manchando el mantel, ensuciando la comida y salpicando la ropa del cura. Desde entonces, te alejás de los curas, los vasos de vino y si hace calor te la aguantás y no te sacás la campera ni mamado. La verdad, no sé cómo sobreviví a esa situación.
Pero el problema con la autohumillación no radica en mí. De última, llevo en este negocio ya 28 años. Hoy me preocupan mis porvenires. Mi hija. Porque el siguiente caso de autohumillación que les contaré, lo veo reflejado en ella.
Desde chiquito nomás pude experimentar lo que se sentía ser rechazado en los cumpleaños, cosa que hoy me da risa, pero allá atrás, a mediados de los noventa, no. Recuerdo aquel cumple de mi vecino Ramiro, que vivía casi al frente de casa. Yo habré tenido ocho o nueve años. Estábamos en su garaje, festejando. Ya del comienzo, le entré a dar a las papitas y chizitos (que se vendían sueltos por kilo, no en paquetes, como ahora). Pasaban los minutos y Luisito le seguía dando duro y parejo, mientras los demás pibitos jetoneaban, se tiraban con la comida y yo sufría al verlo.
De fondo seguramente había una canción infantil, pero nunca pude desarrollar la habilidad de comer y pensar en otra cosa al mismo tiempo.
Hasta que finalmente llegó el momento que estaba esperando: el plato principal. Panchos. ¡PANCHOS, SEÑORES! Entonces, mientras la mamá del cumpleañero colocaba la gran olla sobre una tabla de madera con el vapor emergiendo de su redondeada boca y veía flotar las salchichas dentro, yo me aferraba al rosario que ahora sí usaba y me temblaba la quijada. “Gracias Diosito por dejar que alguien haga estas ricuras con carne de rata, comadreja o lo que sea”.
Las manos no dejaban de sudarme, la respiración se aceleraba y las patas me temblaban. Estaba todo dispuesto. Era un autoservicio y antes de que alguno dijera ni “mu”, ya iba por el quinto pancho. El contador de porciones marcaba hasta diez y ya lo había pasado.
Más tarde, llegaba ese lamentable momento en que la mamá del cumpleañero mandaba a todos a mudar a la placita del frente. Todos salían corriendo como salvajes, pero yo me quedaba en el medio de la calle, mirando hacia dentro. Hacia los panchos. ¡HACIA LOS SOLITARIOS PANCHOS!
“Juguemos a la escondida”, dijeron y me llamaban a los gritos. En la plaza había miles de lugares para esconderse, pero yo elegí un lugar único: el centro de la plaza.
“…dieciocho, diecinueve, veinte. El que no se escondió, se embromó”. El buscador, se giraba y tenía a simple vista a ese gordito que se autohumillaba solito, sin esfuerzo. Debió haber pensado que no me esmeré mucho en encontrar un escondite. “¡Piedra Libre al Luis!” decía. “¡Uh, me encontraste, qué pena!” Y ahí nomás, descalificado, pegaba la vuelta, corría hacia el garaje y me reencontraba con mis amigos, los “Franciscos”.
Exactamente al año siguiente, desde mi pieza sentí música infantil, risas de niños y olor a Pancho. Salí a la vereda y vi cada una de las caras que había visto en el cumpleaños pasado, pero no la mía. “Jesucristo”, exclamé. “Yo y mi debilidad por los Panchos”.
¿El Registro Civil aceptará como nombre Pancho, Pancho Ferrarassi?
Después de tantos cumpleaños, a los 28, sigo en la misma huella. Soy aquel capaz de comer sanguchitos de miga, panchos, facturas, tomar Coca y mate, todo al mismo tiempo. Un fenómeno de circo. Pero los actos de humillación, creo que finalmente y gracias a Dios, ya son parte del pasado.
Uh, perdón queridos lectores, ahí vienen a cantarme el cumpleaños feliz, los dejo un momento.
“… que los cumplas, Luisito, que los cumplas feliz”. Aplaudo, pido tres deseos (no los digo, sino no se cumplen) y apago las velitas. Aplaudo de nuevo y le pego a un vaso que está a mi lado. Mojé a un invitado. La historia se repite, pero esta vez, estoy preparado.
“No te hagás drama que el vino sale fácil. Tenés el método del agua mineral y la sal gruesa. Es así, anotá…”

logos